ENFRENTAR EL PASADO

 

Parte III

 

UNO

El sol comenzaba a ocultarse tras los frondosos pinos ponderosa que enmarcaban el majestuoso lago Tahoe. Sus rayos esparcían su serena y naranja luz sobre los verdes campos del rancho anunciando el final de un largo y extraño día. Si bien todo cuanto se veía sugería que era una pacífica tarde de primavera, la realidad distaba mucho de ser de ese modo, pues la atmósfera en las inmediaciones de la casa principal era silenciosamente tensa.

Además del caballo del Sheriff y el coche del doctor Martin, no había ni un alma por los alrededores del jardín.  Hasta los peones se hallaban reunidos en las barracas de los peones comentando con perplejidad los últimos eventos que tuvieron lugar en La Ponderosa.  Todos ellos recordaban a Jeremy Wheeler como a un hombre agradable y atento, por lo cual resultaba difícil creer que hubiese atacado a Adam Cartwright tan brutalmente, pero era mucho más difícil de aceptar que una encantadora y dulce muchacha como Molly le haya disparado a Wheeler del modo en que lo hizo.

Dentro de la casa el clima era aún más tenso.  En el salón principal, Hoss y Joe Cartwright ponían a Roy Coffee al corriente de todo cuanto sabían,  lo cual no era mucho.  El siempre sonriente rostro de Hoss se veía oscurecido por la preocupación y sus brillantes ojos azules  estaban ensombrecidos.  Con voz tensa, le contaba al Sheriff Coffee que aquella misma mañana Adam extrañamente había desaparecido y se hallaban buscándolo.  Se encontraban cerca de la carretera que conducía a Virginia City, cuando unos disparos captaron toda su atención, conduciéndolos a través de un bosque hacia donde Adam y Molly se encontraban.  En primer lugar vieron a Adam atado un  árbol.  Parecía estar terriblemente golpeado y los aterró ver su pecho cubierto de sangre.  A escasos metros de distancia, el cuerpo de Wheeler yacía inerte sobre un gran charco de sangre.

-         Molly estaba parada frente a Wheeler.  En sus temblorosas manos llevaba el rifle de Adam, - agregó Joe al sacudir su cabeza con estupefacción.  Se puso de pie y caminó hacia la chimenea con impaciencia. - ¿ Cuándo van a bajar? – murmuró entre dientes con fastidio. – Hace más de tres horas que llegó el doctor Martin.

Hoss siguió a su hermano con la mirada hasta que Joe se sentó en el escalón de la chimenea.  Hoss no podía borrar la imagen de Adam de su rostro y se preguntó si a su hermano menor le sucedería lo mismo.  Ambos habían visto a Adam herido y sangrando antes, pero nada comparado con esta vez y como Joe, Hoss empezaba a perder su ilimitada paciencia.  Dirigió sus ojos hacia Roy Coffee, quien jugaba con su sombrero, aparentemente pensando en todo cuanto había escuchado y de acuerdo con su rostro, el Sheriff estaba tan perdido como ellos.   Hoss elevó sus ojos  hacia la cima de la escalera, preguntándose qué podría estar sucediendo en el cuarto de su hermano mayor.

En el piso superior,  Ben Cartwright observaba con preocupación cómo Paul Martin trabajaba sobre el maltratado cuerpo de su hijo mayor.  El rostro de Ben era una máscara de estupefacción al esforzarse por comprender que lo que había visto no era parte de una terrible pesadilla.  Ese mismo mediodía cuando encontraron a Adam y a Molly, no había habido tiempo para preguntas, pues Adam se desvaneció sólo minutos después de haberla abrazado y Molly temblaba y lloraba histéricamente, ajena a todo cuanto sucedía a su alrededor.  Ben sacudió su cabeza con desolación.  Cuanto más trataba de analizar la situación, más se alejaba de arribar a una conclusión lógica.  Volvió sus ojos hacia el contorcionado rostro de Adam al escuchar a su hijo quejarse.  Había rastros de sangre seca en su mejilla y su frente proveniente de una importante herida en la parte derecha de su frente.   Ben frunció el ceño al apretar sus labios con frustración, sintiéndose un impotente testigo del sufrimiento de su hijo.  Expectante, miró a Paul Martin, pero detuvo sus ojos en la camisa del doctor, la cual había estado limpia al entrar a la casa y en ese momento estaba en su mayoría manchada de sangre.  Los ojos de Martin estaban entrecerrados y fijos en las heridas de Adam y su ceñudo rostro claramente mostraba cuán concentrado estaba en lo que hacía.  Martin había permitido que Ben permaneciera junto a Adam, sólo porque sabía cuan preocupado estaba, pero dejó bien claro que sólo hablaría sobre la condición de Adam una vez que haya concluido con su trabajo.

Paul Martin se enderezó y se volvió hacia la vasija con agua ubicada sobre la mesa de luz, donde se lavó las manos.  Mientras las secaba, se volvió a estudiar a Adam una vez más y lentamente elevó sus ojos hacia Ben.

-         Bueno Ben, Adam esta en muy mal estado, - dijo mientras tomaba su pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón y se secaba la transpiración de la frente. – Ese hombre Wheeler, estaba muy mal de la cabeza. Adam tiene más de veinte cortes de cuchillo a lo largo de su pecho y de sus brazos. – Hizo una pausa bajando la vista nuevamente hacia Adam. – Afortunadamente la bala que impactó en su hombro no se alojó muy profundo y el corte del cuello es superficial, nada de que preocuparse.  Pero debemos cuidar estas dos importantes heridas a lo largo de su estómago, - siguió diciendo Martin mientras señalaba las heridas. – Si bien no fueron lo suficientemente profundas para lastimar  órganos vitales,  tuve que coserlas. – Hizo una nueva pausa y observó la reacción de su amigo.  Ben se sentó en la silla junto a la cama de Adam y sin apartar la mirada de su hijo.  – Para terminar, tiene un importante golpe en la cabeza y dos costillas rotas en su costado izquierdo.

-         ¿ Está en peligro su vida? – se atrevió a preguntar Ben luego de un largo silencio.

-         No lo sé todavía, las próximas cuarenta y ocho horas son vitales, - respondió Martin.  Ben frunció el ceño y en estado de alerta se pudo de pie.  – No te voy a mentir Ben. Adam perdió mucha sangre y esas heridas pueden estar infectadas.  Es importante cuidar que la fiebre no suba, - Paul Martin agregó con firmeza. – Dejé sobre la mesa de luz un sedante que lo ayudará a dormir y medicina para aliviarle el dolor, trata que la tome.  Quiero que duerma lo más posible.  – Miró a su amigo compasivamente.  – Está débil y necesita descansar.  Pero Adam es fuerte y saludable, va a estar bien. Ya lo verás.

Ben asintió y respiró hondo mientras acariciaba delicadamente la mano de Adam. Se dirigió al doctor una vez más y preguntó por Molly.

-         Ella es algo diferente Ben, - respondió Paul mientras se desenrollaba las mangas de su camisa. 

Por lo que Martin entendía, ella había recobrado la memoria o al menos parte de ella, pero no había más para agregar. Cuatro años atrás, le había dicho a Ben que probablemente había perdido la memoria luego de haber atravesado una situación traumática, y Martin en ese momento sabía que había supuesto bien.

        Parece que esta enfrentando nuevamente lo que fuera que le haya sucedido, - siguió diciendo sin ocultar su preocupación. – No hay heridas físicas, Ben, pero debemos esperar a que despierte para saber más, - terminó diciendo y comenzó a reunir sus pertenencias. – Le di un fuerte sedante y como Adam dormirá por lo menos hasta mañana.

 

Ben y el doctor Martin aparecieron en la cima de la escalera y conversando descendieron.  Joe fue el primero en ponerse de pie y caminar hacia ellos, seguido pocos pasos detrás por su hermano Hoss y el Sheriff.

-         ¿ Cómo están Papá? – preguntó Joe con ansiedad sin quitar los ojos del rostro de su padre.

Ben le palmeó el hombro y  miró a Hoss y a Coffee que aguardaban una respuesta sin emitir sonido.

-         Van a estar bien, - dijo serenamente tratando de ayudar a minimizar la preocupación que veía reflejada en el rostro del menor de sus hijos. – Adam necesita descansar y adecuada atención, - explicó y le dedicó una mirada al doctor. – Paul dice que si seguimos sus instrucciones Adam estará bien en un par de días.

-         ¿ Qué sucede con Molly, Doc? – preguntó Hoss ansioso.

-         Parece que Molly ha recuperado su memoria, - agregó Martin.

-         ¿ Dijo algo sobre lo sucedido? – quiso saber Roy Coffee. – Sobre Wheeler quiero decir.

Paul sacudió su cabeza negativamente.

-         Solo mencionó una vez algo sobre un padre, luego nombró a un tal Rafael y desesperadamente llamó a Adam, - respondió Martin. – Pero Roy, no vas a tener una declaración de ninguno de los dos esta tarde. Les di a ambos un fuerte sedante. - Roy arrugó su rostro  pero asintió, pues no esperaba lo contrario. El doctor se dirigió hacia Ben una vez más.  – Ben, volveré mañana para ver cómo siguen Adam y Molly, pero llámame si me necesitas.

-         Gracias Doc, - dijo Ben mientras los conducía hacia la entrada principal.

Ben permaneció en el porche observando el coche del doctor alejarse de la casa.  Todavía estaba tenso y sabía que estaría tranquilo una vez que pudiera hablar con Adam y Molly.  Ni Ben, ni Joe ni Hoss podían encontrar la relación entre Molly y Jeremy Wheeler, pero Ben estaba completamente convencido que ella tenía las respuestas a todas sus preguntas.  Debían esperar.

 

DOS

Constance Leod era su verdadero nombre y luchaba desaforadamente contra olas de resistencia por salir a la superficie.  Relampagueantes imágenes brotaban de su mente sin coherencia obligándola a atravesar un oscuro mar de tinieblas, el cual era ocasionalmente iluminado por rostros y voces del pasado.  Primero vio a una niña; un enorme edificio de grandes piedras; alguien que lloraba y alguien completamente vestido de negro que la reconfortaba.  Luego escuchó gritos y caballos rodeándola.  Estaba en peligro, podía sentir el peligro.  Trató de escapar, pero no pudo moverse. Ustedes siempre ayudando a estos indios, gritó una voz cargada de maldad y la abofeteó. Buenos días señorita Molly, la saludó un hombre con gentileza. Ella conocía su rostro, lo había visto antes. Cállese hermana, ni siquiera el Señor va a poder salvarla esta vez.  Reía desquiciadamente mientras se acercaba a ella.

-         Déjeme en paz…. Me lastima…, - balbuceó con voz llena de terror. – Padre, por favor ayúdeme….No.

Un grito lleno de horror quebró el silencio de la noche.  Ben despertó sobresaltado y reconoció su voz al instante.  Saltó de su cama y tomó su bata en su camino fuera de su cuarto.  En el corredor, encontró a Joe y a Hoss quienes también habían sido despertados por el grito.  Ben cruzó el pasillo en dirección al cuarto de Molly en el mismo momento en que Matt comenzó a gritar asustado, llamando a su padre.  Segundos más tarde, Adam llamaba a Matt.  En cuestión de segundos la casa en su totalidad estaba despierta.  Ben frunció el ceño sin poder dar crédito a que todo sucediera en un mismo instante y miró a sus hijos sobre su hombro.

-         No te preocupes por Adam, Papá – dijo Hoss y rápidamente se dirigió hacia el cuarto de su hermano.

-         Iré con Matt, - dijo Joe en cuanto su padre lo miró.

Hoss encontró a Adam intentando incorporarse.  Su rostro era una máscara de dolor y se esforzaba por controlar la respiración.  Con paso rápido, Hoss se acercó a él y encendió la lámpara ubicada en la mesa de luz junto a la cama.  A pesar del dolor que obviamente soportaba y lleno de determinación por dejar su cama, Adam apartó las mantas que lo cubrían.

-         Recuéstate Adam, - dijo Hoss con suavidad mientras delicadamente empujaba a su hermano hacia la cama.  Adam ofreció mucha resistencia y Hoss no pudo evitar preguntarse de dónde obtendría tanta fuerza.  – Vamos hermano mayor, necesitas dormir.

-         Déjame ir Hoss, - gruñó Adam y contrajo su rostro por el dolor. – Matt me esta llamando.

-         Joe esta con Matt en este momento, - respondió Hoss mientras ubicaba a Adam contra la almohada. Adam gritó al sentir una profunda punzada a través de su estómago. – Perdón hermano, no quise lastimarte, - murmuró Hoss sintiéndose culpable por causarle más dolor a Adam del que evidentemente soportaba.

Adam finalmente se dio por vencido y luego de tomar un profundo respiro cerró sus ojos. Mientras que Hoss lo  contemplaba con una máscara de fastidio en el rostro, pues no soportaba ver a su hermano mayor tan maltratado.

-         Hoss,  -  balbuceó Adam sin abrir los ojos. El murmullo salió de la boca de Adam como un hilo débil.  - ¿ Cómo esta ella?

-         Esta bien.  Ella esta durmiendo, - dijo Hoss y cubrió a Adam con las mantas. – Papá esta con ella.  Podrás verla mañana, ahora tienes que dormir.

Con los segundos que pasaban, la respiración de Adam se fue regulando hasta volverse normal y lentamente se durmió.  Hoss arrastró la silla más cerca de la cama de su hermano, luego de decidir que permanecería allí el resto de la noche en caso que Adam volviera a despertar.

 

Joe encendió la lámpara y encontró a Matt sentado en su cama, llorando desconsoladamente abrazado a su almohada.   Se sentó junto a su sobrino y lo tomó en sus brazos.  El pequeño niño se aferró al cuello de su tío y continuó llorando y temblando sin control.

-         Tranquilo Matt.  Nada sucedió.

-         ¿ Dónde esta Papi? – preguntó con congoja. – Quiero a mi Papá.

-         Esta durmiendo, tiene que hacerlo para estar bien para verte,  - dijo Joe a su sobrino sin dejar de acunarlo.

-         Lo escuché, - farfulló Matt con voz débil y quebrada.

-         Hoss está con él ahora, - le dijo Joe. – Quizás lo esta acunando como estoy haciendo yo contigo.

Abruptamente Matt elevó su rostro y miró a su tío desconcertado.

-          ¿ Puede el tío Hoss acunar a Papá?

La inocente pregunta trajo una sonrisa a los labios de Joe.

-         Tal vez puede. Hoss es muy fuerte.

-         Pero Papi es muy grande, - respondió Matt y se acomodó en la cama.  Todavía estaba confundido al no poder imaginarse cómo su enorme tío podría acunar a su padre. 

Divertido, Joe estudió el rostro de Matt y advirtió que el niño había olvidado completamente el motivo que lo había despertado.

-         Tío Joe, ¿ en cerio crees que el Tío Hoss puede acunar a Papi? – insistió Matt.

Joe carraspeó escondiendo la risa.  Era una graciosa escena para imaginarse.  Se encogió de hombros.

-         Hagamos lo siguiente, - sugirió Joe mientras recostaba a Matt en su cama, - le preguntaremos a Hoss. Será lo primero que hagamos en la mañana.

Matt asintió y parpadeó varias veces listo para volver a dormir, mientras Joe lo cubría con sus mantas.  Luego Joe se sentó en la silla junto a la cama y permaneció junto a su sobrino.  Era lindo verlo dormir.   Joe sonrió rememorando su propia niñez.  Pensó en Hoss y en Adam quienes siempre lo protegían de todo cuanto pudiera lastimarlo.

- Te lo prometo Matt, siempre estaré a tu lado cuando me necesites, - murmuró al preguntarse cuántas veces su hermano Adam lo observó dormir luego de sufrir una pesadilla.

Joe suspiró y se puso de pie.  Se inclinó sobre Matt y besándolo en la frente le deseó dulces sueños.

-         Tío Joe, - dijo Matt una vez que Joe apagó la lámpara.

-         Aquí estoy mi amor, - dijo Joe y acarició la cabeza de Matt. - ¿ Qué sucede?

-         ¿ Puedo dormir contigo? – preguntó con voz vacilante. Joe sonrió al sentarse junto a Matt.  El niño giró y tocó la pierna de Joe asegurándose que su tío estuviese allí.  -  ¿ Puedo tío? No quiero estar solo.

-         Me quedo contigo, - respondió con ternura mientras se recostaba junto a Matt.  Joe sintió los brazos de Matt rodeándolo y no pudo controlar la sonrisa. Abrazó al niño. – Vamos a dormir Matt. Es tarde para los dos.

 

Connie luchaba por sacar la imagen de Wheeler matando a Rafael de su mente, pero de pronto, no era Rafael quien yacía en el suelo cubierto de sangre y vio a Jeremy Wheeler agitando un afilado cuchillo cerca del rostro de Adam.  Aterrada abrió los ojos al recordar que Wheeler planeaba matar a Adam como había hecho con Rafael.  Connie comenzó a temblar, mientras que su corazón latía salvajemente esforzándose por recordar si Wheeler había logrado su propósito.   No tenía recuerdos de lo sucedido a Adam, pues todo lo que podía recordar eran los ensordecedores disparos. 

Connie tenía la sensación que alguien la llamaba, pero la voz parecía lejana y no era su nombre el que escuchaba.  Parpadeó varias veces hasta que la visión se volvió nítida y el rostro de Ben apareció frente a ella.  Con desesperación se arrojó hacia él y sin poder contenerse comenzó a llorar. 

-         Tranquila, - dijo Ben suavemente al tomarla en sus brazos. – Fue una pesadilla, Molly.  Todo terminó.

-         Connie.  Mi nombre es Connie, - dijo ella automáticamente. - ¿ Adam? – gritó con voz aterrada mientras sus ojos vagaban por el cuarto buscándolo. - ¿ Dónde está Adam?, - preguntó entre sollozos al crecer su angustia.  Trató de apartarse, pero él no le permitió moverse.

-         Está durmiendo, - dijo acariciándole la espalda. – Tómalo con calma.

-         Déjame ir, - gritó y con toda la fuerza que fue capaz de reunir se desembarazó de los brazos de Ben. 

Llevada por la desesperación, saltó de su cama y corrió fuera de su cuarto.

Connie ingresó al cuarto de Adam como un torbellino.  Estaba demasiado confundida para pensar en lo que esperaba encontrar.  En  un principio le agradeció a Dios por encontrar a Adam durmiendo en su cama, pero al verlo tan inmóvil y tan cubierto de vendajes se sobresaltó.  Se acercó a la cama  sin percatarse que Hoss se hallaba allí, mientras sus ojos recorrían los vendajes que cubrían su pecho, su hombro, su cuello y su cabeza.  Clavó su mirada en el golpeado rostro de Adam, el cual mostraba rastros de lastimaduras y raspones.  Las lágrimas rodaban por sus mejillas sin control y Connie cubrió su boca con ambas manos culpándose de todo cuanto le había sucedido a Adam.

-         ¿ Se va a morir? – preguntó aterrada entre sollozos.

-         Oh, no. Adam se va a poner bien pronto, - dijo Hoss delicadamente y ubicó una mano sobre el hombro de ella, al tiempo que miraba a su padre que desde el umbral de la puerta los contemplaba. – Vuelve a la cama.  Vas a poder verlo en la mañana.

Connie sacudió su cabeza negativamente y presionó sus labios abrumada por la angustia y la culpa.

-         Quiero quedarme con él, - dijo testarudamente.

-         Pero tu también debes descansar, - dijo Ben tiernamente. – Mañana podrás quedarte con él todo el día. Pero ahora debes dormir.

Connie parpadeó varias veces sintiendo que sus párpados se volvían demasiado pesados y acarició la mejilla de Adam.  Al cabo de varios minutos asintió y sin ofrecer resistencia, permitió que Ben la condujera fuera del cuarto.  Minutos más tarde estaba en su cama y en cuanto apoyó la cabeza sobre su almohada cerró sus ojos. 

Qué diablos te sucedió Constance Leod, se preguntó Ben al estudiar su rostro tan lleno de terror y conmoción.  Sacudió su cabeza al no encontrar nada que le sugiriera una respuesta y volvió su mirada hacia la ventana a través de la cual pudo ver las primeras luces de un nuevo día. Se preguntó qué sorpresas traería.  Vaciló unos segundos,  pero no deseaba regresar a su cama.  Salió del cuarto y cruzó el corredor en dirección a la escalera.

 

TRES

El sol de la media mañana inundó su cuarto despertándola.  Había estado saltando entre diferentes etapas de su vida y cuando abrió sus ojos una maravillosa y reconfortante sensación producida por recuerdos de su infancia la envolvió.  Pero sin motivo aparente, la sensación de bienestar se desvaneció y por un par de segundos presente y pasado se mezclaron en su interior.  Desorientada como estaba, Connie se incorporó.  Miró alrededor de su cama dejando que sus ojos se detuvieran en cada rincón de la habitación como así también en cada mueble que vestía su cuarto.  Gradualmente el temor disminuyó al sentir que se hallaba en su dormitorio, el cual había ocupado por los últimos cuatro años.

Constance respiró hondo y se recostó contra el cabezal de madera de su cama. Miró hacia la ventana y contempló el despejado cielo azul que desde allí podía apreciar. Cualquier otro día hubiese saltado de la cama, avergonzada de estar todavía allí, cuando debía estar ayudando a Hop Sing con los quehaceres domésticos, pero esa mañana no tenía deseos de hacerlo.  Se sentía enferma y tenía demasiado en que pensar. Por años había creído que no podía recordar porque no había en su pasado nada que ameritara hacerlo.  Pero estaba equivocada, pensó Connie al llenarse su mente de maravillosos recuerdos de su infancia. Fui muy feliz en el Orfanato con la Madre Margaret, pensó recordando su cálida sonrisa y su suave y encantador modo de hablar. Necesito explicarle lo que he hecho, se dijo sabiendo que desilusionaría a su adorada Madre.  Aparte de la Ponderosa, el Orfanato era el único lugar que ella reconocía como su hogar y el corazón de Connie se llenó de amargura al contemplar la posibilidad que la Madre Margaret tal vez nunca perdonara sus actos.  Connie se acurrucó bajo las mantas sintiéndose miserable y vacía.

Voces provenientes del exterior la trajeron al presente.  Connie salió de su cama y se acercó a la ventana.  Dio un vistazo y sonrió al ver a Hop Sing conduciendo la carreta fuera del jardín de la casa con Matt sentado a su lado. Connie entrecerró sus ojos al  mirar con atención el rostro del niño, notando cuan serio y triste Matt se veía.  Le dijeron sobre Adam, se preguntó abrumada por la culpa. Y volcó sus pensamientos hacia Ben y sus muchachos. Necesito hablar con ellos, pensó y se movió hacia su armario.  Una vez que estuvo vestida, Connie dejó su cuarto, pero decidió dirigirse al  cuarto de Adam antes de bajar a enfrentar a Ben.

Encontró a Adam durmiendo, tal como lo había dejado la noche anterior.  Recorrió su rostro con la mirada y notó que las mejillas estaban algo coloradas.  Se inclinó sobre él y delicadamente le besó la frente advirtiendo que estaba afiebrado.  Connie frunció el ceño, sintiendo un punzante y helado sentimiento de ira contra Wheeler por lo que les había hecho a Rafael y a Adam.  Si bien, sabía que odiar a Wheeler era un pecado, Connie no lo podía evitar.

-         Vas a estar bien, mi amor, - susurró mientras sostenía la mano de Adam entre las suyas. – Yo te cuidaré.

Le besó los labios despidiéndose momentáneamente de él y dejó el cuarto.

Connie llegó al piso principal sumergida en sus pensamientos.  Encontró a Ben sentado en su escritorio rodeado por Joe y Hoss.  Los tres la contemplaban con ojos expectantes y de pronto toda la confusión que Connie sentía se convirtió en pura vergüenza, y debió bajar la vista evitando sus miradas.

Ben se puso de pie y se caminó hacia ella sin ocultar su preocupación.  Connie se veía pálida y perdida y sus ojos ligeramente oscurecidos murmuraban cuán agobiada estaba.

-         No debiste haber dejado tu cama, - dijo Ben suavemente. Connie elevó la vista hacia él e hizo una mueca restándole importancia. – Lo digo enserio, no te ves bien.

-         No tiene nada que ver con mi condición física Ben, - respondió seriamente. – Estuve con Adam… ¿ Cómo está él?

-         Va a estar bien, - respondió Ben analizado su rostro.

Connie asintió pensativamente y se dirigió al sofá.  Una vez ubicada allí, apoyó sus codos sobre sus rodillas y dejó caer su rostro entre sus manos embargada por una mezcla de sensaciones que no alcanzaba a precisar.

-         Me deben odiar por lo sucedido a Adam. – La voz llegó amortiguada y pareció que pensaba en voz alta. – Es todo culpa mía.

-         Eso es una tontería, - dijo Ben al sentarse junto a ella, mientras que Hoss y Joe se ubicaban sobre la mesa ratona del living enfrentándola. – Tu le salvaste la vida a Adam.

Connie se enderezó y miró a Ben con sorpresa.  Luego asintió, pero no podía aceptar los hechos del mismo modo.  Volvió sus profundos ojos verdes hacia Joe y Hoss preguntándose qué pensarían verdaderamente de ella luego de haberle causado tanto sufrimiento a su adorado hermano.

-         ¿ Qué le dijeron a Matt? – quiso saber.

-         Le dijimos que Adam estaba enfermo y que necesitaba descansar, - dijo Ben mientras servía una taza de café para Connie. – Pero es un chico listo, sabe que algo más esta sucediendo.

Connie asintió, comprendiendo a qué se refería.

-         Cuéntame de Adam, Ben. – El temor de su voz no pasó inadvertido para ninguno de los Cartwright. – Dime la verdad.

Ben dedicó una rápida mirada a sus hijos y volvió sus ojos a Connie.  Mencionó los cortes a lo largo del cuerpo de Adam, como así también la herida en su cabeza y las costillas rotas.

-         Despertó hace una hora, - dijo con voz cansada. – Pidió agua y se durmió inmediatamente.  Afortunadamente el fiebre no subió demasiado.

Ben aguardó unos segundos y estudió su rostro, advirtiendo una vez más lo pálida y frágil que se veía.  Sus irritados ojos vagaban por el ambiente como buscando algo que no estaba exactamente allí y en su semblante demostraba lo atormentada y perdida que se sentía.  Ben colocó una mano sobre las de ella, buscando captar su atención.

-         Querida, sabemos que has recobrado tu pasado, - se atrevió a decir quebrando el tenso silencio que ella había generado. – Ayer mencionaste que tu nombre era Constance Leod.

Connie volvió sus ansiosos ojos verdes hacia Ben.  Años atrás, él había cuidado de ella sin siquiera importarle su nombre; había abierto su corazón a ella, ofreciéndole su hogar y su familia sin hacer preguntas.  Ben Cartwright estuvo a su lado siempre que lo necesitó y todo eso le daba el derecho a preguntar y desear saber sobre su pasado.

-         Después de tantos años de desear saber, finalmente ha sucedido, - dijo con voz débil y temblorosa. – Saben, cuando vine a vivir aquí, me permití creer que ustedes estaban llenando el vacío que mi familia había dejado al no poder recordarla, - dijo después de unos segundos de silencio. – Pero ahora parece que ustedes son la única familia que tuve.

Ben la miró con compasión.  Había  sido una declaración triste y quería ayudarla a quitar de su alma toda la pena que tenía.

-         Cuéntanos Connie, necesitas hacerlo, - insistió Ben cuidadosamente, aún sabiendo que la estaba presionando un poco más. – Deja que te ayudemos.

Connie bajó la vista sin saber cómo comenzar.  Abrumada como estaba, sabía que debía contarles.  Dubitativamente, jugó con la falda de su vestido sintiendo que su pasado ardía en su interior, ansioso por ser liberado.  Los recuerdo llegaban a ella como aguas torrentosas y no tenía forma de detenerlos.  Buscando el coraje para comenzar, Connie los miró a los tres.  Los serenos y paternales ojos de Ben la alentaron. Le sonrió con tristeza y movió su mirada hacia Hoss, quien le ofrecía su mejor y más tierna sonrisa.  A diferencia de su padre y hermano, el rostro de Joe era una máscara de preocupación y frustración que no se preocupaba en ocultar, mientras que sus inquietos ojos llenos de preguntas, demandaba una explicación.

Connie respiró hondo preguntándose si esas preguntas serían sobre lo sucedido a Adam. Se recostó contra el respaldo del sofá y con voz suave y temblorosa comenzó a contarles que sus padres habían muerto a causa de una fuerte epidemia de cólera que arrasó con gran parte de la población de Nueva York, luego de lo cual, Connie, con tan solo cinco años de edad, fue trasladada al Orfanato St. Joseph.  También les contó sobre los maravillosos momentos que allí compartió con la Madre Superiora; Madre Margaret.

-         Madre Margaret era maravillosa,- dijo con voz lejana y cargada de emoción. – Significaba todo para mí.  Era mi guía,  - siguió diciendo con expresión pensativa al advertir cuánto la extrañaba. – Saben, la adoraba tanto, que quería ser como ella.  No había otra forma de vida para mí. De hecho estaba segura que siguiendo sus pasos le demostraría todo mi agradecimiento y admiración. – Hizo una pausa y se perdió en sus recuerdos por un momento, sin advertir el efecto que sus palabras tenían sobre los Cartwrights.  – De modo que cuando cumplí la edad adecuada, Madre Margaret se encargó de hacer todos los arreglos para que ingrese al noviciado.

Profundamente sacudidos por lo que acababan de escuchar, Joe y Hoss intercambiaron miradas cargadas de estupefacción, pero escondieron sus emociones y continuaron escuchando con atención.  Ella hablaba de sus días en el Convento y cómo llegó a saber de la existencia de las Misiones Jesuitas, guiadas por religiosos Españoles en California.

Si bien necesitaba compartir todo con los Cartwright, Connie hizo su relato tan corto como pudo, pues entendía que no había necesidad de contarles absolutamente todo.  Había hechos que debían permanecer en el pasado, creyendo que al negarse a hablar de ello, mantendría el dolor alejado. 

-         Querida, ¿quieres contarnos cómo llegaste a La Ponderosa? – preguntó Ben cuidadosamente.

Connie asintió mientras su mirada recorría el salón sin ver.  Estaba esperando esa pregunta y si bien sabía que sería difícil de responder, estaba lista para hacerlo.  Con voz quebrada les contó que fue enviada junto con un grupo de hermanas a brindar asistencia a una pequeña población que atravesaba por un momento difícil.  Una de sus misiones era la de levantar un orfanato para albergar a gran cantidad de niños que habían perdido a sus padres luego de un sangriento ataque de un grupo de Indios rebeldes.   Una vez establecidas en una precaria parroquia, las hermanas recorrieron los alrededores ofreciendo asistencia a aquellos más necesitados y reuniendo a los niños huérfanos.  Al cabo de varias semanas de intenso trabajo, Connie fue enviada, junto a otras tres monjas, a Denver. Allí tuvo ocasión de conocer a un joven y atractivo sacerdote, quien se hallaba en la ciudad de paso junto a otros dos sacerdotes jesuitas.  De momento estaban parando en una parroquia ubicada en las afueras de la ciudad, pero en un par de días se dirigirían a la Misión San Carlos, ubicada a varias millas de Monterrey, en el estado de California.  El Padre,  también le contó que durante la travesía se detendrían a asistir a varias poblaciones y pacíficas tribus que habían conocido a través de los años.  En cuanto Connie supo de sus planes, decidió unirse al grupo.

-         ¿ Estaba ese hombre Rafael en el grupo? – la interrumpió Joe. 

Sorprendida por la pregunta, Connie lo miró  preguntándose cómo podía saber de la existencia de Rafael.

-         Lo mencionaste varias veces ayer, - explicó Ben al notar su asombro.

-         ¿ Qué más mencioné? – preguntó con algo de temor.

-         Nada más. Tan solo dijiste tu nombre completo y repetiste varias veces que Wheeler había matado a Rafael.

-         Ya veo, - dijo apartando momentáneamente la vista. – Él también estaba allí. Era el Padre Rafael Montella, - dijo con voz suave y triste. – Era Español y Jesuita, fue a quien conocí en Denver y quien me habló de la Misión San Carlos.  Los otros dos Padres también eran Españoles y jesuitas,  pero mucho mayores que Rafael. Sus nombres eran Fernando Soler y Francisco Obregón.  Otro hombre se unió a nuestro grupo, su nombre era Marcus O´Brien.  Viajaba hacia San Francisco y al haberse quedado sin dinero, le pidió al Padre Fernando si podía ayudarnos durante el viaje con el objeto de costear su traslado hacia San Francisco.  -  Hizo una pausa y elevó el rostro hacia Ben. – La mañana que vi a Wheeler por primera vez ya estabamos en California cerca del lago Tahoe.  El Padre Fernando y yo estabamos ayudando a un grupo de Indios que ese mismo día se trasladarían a tierras más altas, - siguió diciendo Connie con voz forzada y tensa.  De pronto, como si hubiese recordado algo, frunció el ceño. – Pero si no estoy confundida, su nombre no era Wheeler entonces, se llamaba Steve, Steve Miller, - agregó advirtiendo que era la primera vez que recordaba su verdadero nombre. – Nos amenazaron por estar ayudando a un grupo de indígenas.  El Padre Fernando trató de explicarles que sólo estabamos buscando un poco de agua para los indígenas quienes se trasladarían a otras tierras, pero no se molestaron en escuchar.   Eran forajidos y se divirtieron asustándonos.  Se rieron del Padre Fernando y uno de ellos lo pateó sin siquiera bajarse del caballo.  – Connie hizo una nueva pausa y paseó su vista por la chimenea mientras su mente la forzaba a recordar todo cuanto había sucedido. -  Mientras ese hombre pateaba y golpeaba al Padre Fernando, el hombre que ustedes conocieron como Wheeler vino tras de mí preguntándome dónde estaba Carlos. Aterrada como estaba, traté de explicarle que no conocía a nadie con ese nombre.  Wheeler me empujó contra unos arbustos y llamó a su compañero que seguía divirtiéndose con el Padre Fernando.  Montaron sus caballos, pero antes de marcharse, Wheeler se dirigió al Padre amenazadoramente y prometió regresar.

Con su pañuelo, Connie secó las lágrimas que corrían por su rostro mientras mencionó que al regresar al campamento, el Padre Fernando informó de lo sucedido a los padres Francisco y Rafael.  Automáticamente, Rafael se dirigió a los pocos Indígenas que permanecían allí y los persuadió de seguir al resto de la tribu.  La voz de Connie se quebró y su mirada se perdió en el vacío hogar.

-         Fue en medio de la noche cuando un murmullo suave y parejo me despertó, - siguió diciendo luego de varios segundos de silencio. – Repentinamente el murmullo comenzó a elevarse y pude escuchar a dos hombres discutiendo.  En cuestión de segundos, dos hombres los rodearon y con gritos y patadas nos despertaron.  Wheeler era uno de ellos. – Hizo una pausa, perdida en sus recuerdos. – Fue una locura. Uno de ellos comenzó a quemar las precarias tiendas en cuanto salimos de ellas.  Los padres Fernando y Francisco intentaron detenerlos, pero fácilmente fueron eliminados. – Connie bajó la vista al ser todo su cuerpo embargado por una terrible tristeza. – No sé qué les sucedió, pues en ese mismo instante, Wheeler se arrojó sobre mí y Rafael trató de detenerlo.  Comenzaron a pelear, revolcándose entre el fuego.  Rafael me gritaba, ordenándome que huyera, pero no pude moverme.  Gritaba cosas que no lograba comprender, como si deseara persuadir a Wheeler de que podrían llegar a un arreglo y que la violencia no era necesaria.  Por un instante el tiempo pareció detenerse y en cuestión de segundos, supe que algo estaba a punto de cambiar para siempre.

Connie dejó caer su rostro entre sus manos y comenzó a llorar desconsoladamente.  No deseaba recordar más; era demasiado doloroso hacerlo.  Temblaba y sollozaba amargamente como si estuviese rememorando la trágica escena en ese mismo instante, sintiendo que parte de su vida, su inocencia y sus ilusiones habían muerto esa terrible noche con Rafael.

Ben se acercó más a ella, sosteniéndola en sus brazos.  Connie se recostó contra él y escondió su rostro contra su pecho, mientras Ben le acariciaba la espalda intentando reconfortarla, pero dejándola llorar pues comprendía que justamente era lo que más necesitaba.  Un duelo que tardó cuatro años en salir a la superficie, pensó Ben con amargura.

Abruptamente Connie comenzó a hablar nuevamente, las palabras brotaban de su boca incontrolablemente. Parecía lejana, como si no estuviese completamente allí y  era evidente que ya no veía ni a Ben, ni a Joe y ni a Hoss.

-         Wheeler extrajo un cuchillo de una de sus botas y riendo desquiciadamente lo agitó cerca del rostro de Rafael. – Hizo una pausa y fugazmente cerró sus ojos. – Le cortó el cuello completamente, - terminó diciendo con voz quebrada.

Connie se separó de Ben y se puso de pie al tiempo que se abrazaba al sentir el impacto de sus propias palabras.  Caminó hacia la chimenea, con la mente llena de imágenes de Rafael muriendo; sus ojos muy abiertos y cargados de horror; sus temblorosas manos cubriendo la herida de su cuello, luchando por respirar mientras caía al suelo.  Él me estaba castigando entonces, como hizo ayer con Adam, pensó con tristeza. Todo fue mi culpa.  Esto no puede volver a suceder.

-         ¿Crees que puedes continuar? – preguntó suavemente Ben algo preocupado por su condición. 

Connie asintió y se sentó en el sillón azul enfrenándolos nuevamente.

-         No hay demasiado para agregar Ben, - dijo con suavidad. – Luego de matar a Rafael, Wheeler se arrojó sobre mí.  Se reía trastornadamente y sus ojos brillaban de manera amenazadora.  Me tomó en sus brazos y comenzó a rasgar mi túnica. – Hizo una pausa e inconscientemente se frotó el estómago  al recordar el desagradable momento.  – Estaba a punto de lograrlo cuando Marcus lo apartó de mí. Pelearon desaforadamente hasta que Wheeler cayó y ya no volvió a levantarse.  Sin perder un segundo, Marcus me arrastró hacia un caballo. Yo estaba paralizada y era incapaz de pensar o moverme por mí misma. – Connie meneó la cabeza pensando en el hombre que le salvó la vida. – Pobre Marcus, nos condujo fuera del campamento. Yo lloraba histéricamente, completamente shockeada, por ende no tengo demasiados recuerdos de lo que a continuación sucedió.    Entrecerró sus ojos intentando recordar algo más. – Era una noche cerrada y oscura, sin luna que nos iluminara el camino.  El caballo corría a campo traviesa. Lo último que recuerdo es que el caballo tropezó y no pudimos mantenernos en la silla.  Caímos y varias cosas golpearon diferentes partes de mi cuerpo.  Parecía que el dolor iba a ser eterno.

Volvió a abrazarse al sentir que una ola de nausea se apoderaba de ella. Respiró hondo y logró doblegarla. Connie permaneció en completo silencio por más de un minuto. De alguna manera, estaba aceptando todo cuanto había dicho y había presenciado.

-         Es extraño cómo la vida puede cambiar en un abrir y cerrar los ojos, - dijo pensativamente. – Visto desde este lugar, parece que esa noche caminé fuera de mi vida y tomé la de otra persona. – Hablaba con aire lejano, como si se hubiese perdido más allá de sus propias palabras. Un bufido escapó de sus labios como un resabio de risa que no se atrevió a liberar. – Ahora que lo pienso mejor, fue un completo cambio de vida. – Miró a Ben a Joe y a Hoss. – Toda mi vida viví rodeada de mujeres, ahora estoy rodeada de hombres. – Les sonrió como si hubiese encontrado algo divertido entre tanta tristeza. -–Toda mi vida viví encerrada en el Orfanato y el Convento, con mi Madre Margaret y las demás hermanas. – Los miró con emoción. – Cuando vine a vivir aquí, encontré libertad en La Ponderosa, como así también un espléndido padre y dos maravillosos hermanos. – Conmovido  por su comentario, Joe se inclinó hacia ella y le acarició la mejilla. Connie bajó la vista brevemente y su voz se volvió un suave murmullo. – Por años creí que mi alma y mi vida entera pertenecía al Señor.  Creía que Él era toda mi familia…pero después de conocer a Adam… - No pudo concluir la oración y cerró sus ojos procurando controlar las lágrimas que amenazaban con caer.  - Es tan extraño.  Me siento tan perdida.   Quiero ver a Madre Margaret, necesito explicarle qué me sucedió.  -  No había en su voz ningún vestigio del entusiasmo mostrado tan solo segundos atrás.  Su rostro una vez más se cubrió por un oscuro manto de sombras y confusión.  - ¿ Crees que Adam comprenderá?, ¿ Qué sucederá si no lo hace? – Miró a Ben con ojos suplicantes. – No estoy segura de poder casarme con Adam ahora.

-         Connie, no tienes que pensar en la boda en este momento, - dijo Joe sacudido por sus tristes palabras. – Conozco a mi hermano y él no te forzará a hacer nada contra tu propio deseo.

-         Pero no es una cuestión de deseo Joe. Amo a Adam, pero he cometido demasiados pecados, - agregó avergonzada, eludiendo sus miradas.  Recordaba haber sido muy feliz siendo la Hermana Constance, y sin embargo no soportaba la idea de perder a Adam. – Estoy confundida, - dijo vacilantemente. – De hecho, no estoy segura de quién soy, - agregó atormentadamente y su voz reflejó cuán ciertas sus palabras eran. – Puede sonar extraño, pero tengo la sensación de haber retrocedido en el tiempo y de haber vivido dos vidas paralelas, - siguió diciendo llena de incertidumbre sobre demasiadas cosas. – Soy Connie y sin embargo también soy Molly.

Otra triste revelación, pensó Ben. Pero esta fue mucho más triste que las anteriores. Ben la contempló preocupado, se la veía vulnerable y frágil, tan perdida y luchando por mostrarse segura y en completo control de sí misma, cuando sus ojos gritaban con desesperación que no lo estaba.

-         Adam te escuchará y actuará de acuerdo a lo que él crea que es mejor para ti, - le aseguró Hoss tratando de ocultar su propio asombro. – Todo va a salir bien, ya lo verás.

-         Espero que tengas razón Hoss, - dijo ella ofreciéndole una sonrisa. – Necesito ver a Adam ahora.

Quería estar sola y repasar todo cuanto había dicho. Se puso de pie y se alejó de ellos en dirección a la escalera.

-         Connie, - la llamó Ben antes que ella llegara a la escalera.  Connie se volvió a mirarlo. – Recuerda que Connie y Molly son sólo partes de la misma persona. – Ben hizo una pausa y le sonrió paternalmente. – Busca en tu interior.  Sólo tú sabes quien deseas ser.

-         Gracias Ben, - dijo ella y les dedicó una sonrisa a los tres sintiéndose bendecida por tenerlos a su lado. 

Sin decir más giró y subió la escalera desapareciendo en el piso superior.

Ben y sus hijos la siguieron con la vista esforzándose por asimilar todo cuanto habían escuchado.   Ben esta profundamente consternado por la reacción de Adam.  Desde la noche que lo obligaron a enfrentar su pasado en el establo, no pasaba un solo día sin que Ben no pensara en la felicidad y los sentimientos del mayor de sus hijos.  Ben sabía lo perdidamente enamorado que Adam estaba de Molly. Pero qué pasará con Connie, se preguntó temiendo la respuesta. Es ella la misma muchacha, se preguntó al dirigirse a su escritorio. Dejará a Adam a pesar de su amor por él.  Eran demasiadas preguntas y Ben no tenía la respuesta a ninguna de ellas.

-         ¿ Qué piensas Papá? – preguntó Hoss al ver a su padre sentarse tras el escritorio.

-         No lo sé hijo, - dijo Ben recostándose contra el respaldo de su cómoda silla. – Necesita ponerse en contacto con su vida antes de La Ponderosa. Eso es seguro.

-         ¿ Crees que dejará a Adam? – preguntó Joe con asombro. - ¿ Crees que regresará a ese Convento en Nueva York?

-         No creo que ella tenga las respuestas a eso todavía, - respondió Ben elevando la vista hacia el menor de sus hijos. – Joe, ve a Virginia City y envía un telegrama a la Madre Superiora del Orfanato St. Joseph en Nueva York, - dijo Ben mientras se frotaba la mandíbula con expresión pensativa. – Trata de averiguar si la Madre Margaret sigue siendo la Madre Superiora. Si es así, infórmale que Connie esta viva e invítala a La Ponderosa. – Hizo una pausa y miró a sus hijos que asentían con rostros serios. – Tal vez ayude a Connie reunirse con ella aquí. – Bajó la vista concentrándose en no olvidar ningún detalle. – Una cosa más Joe, dile a Roy Coffee que venga cuanto antes.

 

CUATRO

Era media tarde cuando Roy Coffee ingresó al jardín de la casa de la Ponderosa.  Había comenzado una investigación sobre la identidad de Jeremy Wheeler, pero no había logrado demasiado.  Nadie en la totalidad del territorio de Nevada había escuchado hablar de él, de modo que probó su suerte en California y Arizona, pero los resultados fueron los mismos.  Era un verdadero misterio y el Sheriff esperaba ansioso escuchar la declaración de Molly.

-         Hola Ben, vine en cuanto pude, - dijo Coffee al estrechar su mano con la de su amigo. Ben asintió y lo invitó a pasar. - ¿ Cómo está Adam?.

-         Despertó hace un par de horas, pero se volvió a dormir, - respondió Ben y se frotó la mandíbula recordando la condición de su hijo.

Roy asintió y mencionó que Paul Martin le dijo que pasaría por la Ponderosa al atardecer.  Ben le agradeció el mensaje y pasando un brazo sobre los hombros de Roy lo condujo hacia el sofá.  Una vez que el Sheriff se hubo ubicado,  Ben le comentó que ella prefería que la llamaran Connie en lugar de Molly, pues ese era su verdadero nombre.  Coffee asintió y dejó su sombrero sobre la mesa.  Ben entonces se dispuso a ir en busca de Connie.

-         Aquí estoy Ben, - dijo ella al venir de la cocina llevando en sus manos una bandeja con tasas y la cafetera.

-         Hola Mol, perdón Constance, - la saludó Coffee con una cálida y amigable sonrisa. - ¿ Cómo te sientes?

-         Mucho mejor Roy, gracias por preguntar, - repuso ella mientras ubicaba la bandeja sobre la mesa del living.  Se sentó en el sillón rojo y se irguió enfrentando a Coffee, mostrándole su mejor disposición.

-         ¿Estas lista para contarme lo sucedido? – preguntó Coffee al tomar la taza de café que Connie le ofrecía.

Connie asintió silenciosamente.

-         Pero no sé por donde comenzar Roy, - agregó al entregarle una taza a Ben.

-         Déjame preguntarte algo, - dijo Coffee antes de beber su café.  - ¿ Wheeler tiene algo que ver con tu llegada a esta tierra?

Connie asintió y cruzándose de piernas se recostó contra el respaldo del sillón.  Le dio un corto sorbo a su té y comenzó su declaración.  Habló de la emboscada y su voz sonaba firme y segura, no habiendo rastros de lágrimas ni tristeza en sus ojos.  De alguna manera estaba acostumbrándose a todo cuanto había dicho y presenciado.  En un principio, cuando compartió sus recuerdos con los Cartwright, Connie había tenido la sensación que todo cuanto mencionaba había sucedido tan solo un par de días atrás, pero en ese momento, compartiéndolo con Coffee,  lo sintió distante, advirtiendo que todo había tenido lugar más de cuatro años atrás.

Constance habló por más de veinte minutos sin interrupción, brindándole a Coffee los detalles que necesitaba para su investigación.  Abruptamente su mente se llenó de imágenes de Wheeler besándola como un animal, manoseando su cuerpo salvajemente y se detuvo en seco.  Decidió guardar esos recuerdos para sí, pues esos hechos no aclararían nada y sería muy doloroso para ella compartirlos con Ben y con Coffee. Están todos muertos, pensó, no hay necesidad de cavar más hondo en el asunto. Decidió que no le diría al Sheriff Coffee más que eso.

-         Eso es todo lo que puedo decirte Roy, - dijo y abruptamente se puso de pie. – Marcus O´Brien me salvó la vida. No tengo idea de qué pudo haberles sucedido al Padre Francisco y al Padre Fernando.

-         Ya veo, - dijo Coffee. - ¿ Tienes idea de porqué Wheeler deseaba matar a Adam?

-         No Roy,  muy de vez en cuando hablaba con Jeremy, - dijo tajantemente mientras sacudía su cabeza negativamente. – No tengo la menor idea.

-         Bueno, no te preocupes por eso querida, - dijo Coffee con amabilidad. – Fuiste de mucha ayuda para mi investigación, - agregó y se puso de pie. – Tengo que volver a Virginia City ahora. – Se dirigió a Ben. – Por favor avísame cuando Adam este en condiciones de hablar conmigo. – Ben asintió mientras Coffee volvía su atención a Connie. – Hasta luego Connie. Te haré saber si tengo alguna noticia.

-         Gracias Roy.

Ben siguió a Roy fuera de la casa.

-         Bueno Ben, ahora ya sabemos qué le sucedió, - mencionó Roy al tomar las riendas de su caballo. – Pero sin embargo, tengo la sensación que no nos contó todo.

-         Lo sé Roy, pero intuyo que no tiene nada que ver con tu investigación, - dijo Ben pensando en Adam.

-         Si, supongo que tienes razón, - concordó Coffee y montó su caballo. – Bueno, debo irme, tengo que enviar varios telegramas.

-         Manténme informado por favor, - pidió Ben y observó a su amigo alejarse de la casa. – Adiós Roy. 

 

CINCO

Adam deseaba abrir sus ojos, pero los sentía demasiado pesados y la cómoda somnolencia lo tentaba a no alterar su estado.  Tenía la sensación de haber estado balanceándose entre la consciencia  y la inconsciencia y no podía distinguir una de la otra.  La mayor parte de su  cuerpo le dolía con tanta intensidad que no deseaba mover ni un solo músculo, y  agregado a eso, un terrible dolor de cabeza le hacía sentir que su cabeza podía explotar en cualquier momento.  La voz de Wheeler martillaba su mente forzándolo a recordar la pesadilla que había atravesado.  Ese hombre estaba verdaderamente loco, pensó. Pero todo ha terminado, recordó al evocar el momento en que ella le disparó a Wheeler, tan fuera de sí, tan perdida en su propio e inconsciente dolor.   Durante las horas que Adam estuvo cautivo, Wheeler se mostró sumamente conversador y compartió con él varias cosas que sabía de Constance. Constance, repitió la mente de Adam, mientras la voz de Wheeler le recordaba que era una monja que vivía con un grupo de sacerdotes jesuitas. Una monja, repitió la mente de Adam con asombro al resonar en su mente la risa despiadada y la crueldad de la voz de Wheeler.  Un día de estos ella recuperará su memoria Cartwright y correrá directo a Dios, porque ese día la mataré. Pero no tienes que preocuparte Cartwright, porque tu arderás en el infierno para ese entonces, porque sé todo cuanto ustedes dos han estado haciendo.  Las palabras de Wheeler retumbaban en su cabeza, mientras Adam ardía por dentro al mezclarse su amor por Molly con su creciente confusión e incertidumbre. Qué sucederá si todo eso es cierto, se preguntó con tristeza. Constance Leod; Connie; Hermana Connie, pensó Adam con tristeza. Hice el amor con una monja, se preguntó repentinamente confundido. No, no lo hice. Molly no es monja, se dijo respondiendo su propia pregunta. No me importa qué fue o qué hizo, gritó su mente llena de frustración. Quiero a Molly conmigo.  Tuvo la sensación de tener gente a su alrededor. Un murmullo suave y parejo alteró levemente el profundo silencio que lo envolvía.

-         Todavía esta durmiendo abuelo, - dijo Matt con decepción. – Me prometiste que si me portaba bien podría verlo.

-         Lo sé mi amor. Pero tu padre necesita dormir, - respondió Ben preguntándose cómo podría calmar la ansiedad de su nieto.

-         ¿ Porqué? – gritó Matt y toda su angustia se concentró en su voz. – Quiero que abra los ojos. 

-         Shhhh. – El sonido llegó de la cama de Adam.

-         Papi, ¿ estás despierto? – preguntó Matt con entusiasmo mientras trepaba a la cama de su padre. – Mira Papi, estoy aquí. Abre los ojos.

-         Por favor Matthew, no grites y deja de saltar en mi cama, - gruñó Adam sin abrir los ojos.

-         Lo siento, - dijo el niño algo avergonzado.  Se acercó a su padre.  Estiró su cuello hacia él, y con sumo cuidado le dio un beso en la mejilla.

-         Gracias. Eso me gustó, - dijo Adam y sonrió. – Pero quiero uno de esos abrazos que tu solías darme. – Matt se aferró a su padre y Adam contrajo el rostro en gesto de dolor mientras presionaba sus labios buscando ahogar el quejido, sabiendo que Matt se asustaría al escucharlo.  – Eso fue maravilloso mi amor.

Parpadeando Adam finalmente abrió sus ojos.  Le sonrió a Matt quien lo miraba con ojos expectantes y sobre el hombro de su hijo vio a su padre y a su hermano Hoss que lo contemplaban con mezcla de alivio y aflicción.

-         Este cuarto esta muy concurrido, - dijo sarcásticamente, con voz suave y débil.  Se volvió hacia su padre al sentir que le acariciaba al frente. – Si bien casi tengo cuarenta años tú me sigues mirando como si tuviera diez.

-         No lo puedo evitar hijo, - dijo Ben al pasar su mano sobre el grueso cabello de Adam.

Adam asintió comprendiendo y movió sus ojos hacia Hoss.  Arqueó una ceja al notar que lo miraba con tristeza.

-         Cambia esa cara Hoss que no me estoy muriendo, - dijo tratando de aparentar seguridad. – Pero tengo que admitir que Wheeler hizo un magnífico trabajo conmigo, -  agregó con ironía.

-         Nos asustaste esta vez, - se atrevió a decir Hoss dedicándole una cariñosa sonrisa. - ¿ Cómo te sientes?

-         Me siento como si mil caballos me hubiesen pasado por encima. – Dejó escapar un resoplo cargado de ironía y exasperación y clavó sus ojos en su hijo, acariciándole el rostro. – Matt, ¿ me harías un favor? – preguntó suavemente sin dejar de acariciar a su hijo. El niño lo miró ansioso. - ¿ Puedes ir a pedirle a Hop Sing que me traiga una tasa de té?

Matt asintió y luego de saltar de la cama de su padre corrió fuera de la habitación.  En su camino tropezó con tu tío Joe que se dirigía a ver a su hermano mayor.

-         Hey, no corras de ese modo, - gritó Joe desde la puerta del cuarto de Adam. – Ten cuidado con la escalera. -  Joe sacudió su cabeza e ingresó al cuarto de su hermano con rostro sonriente. – Hola Bello durmiente, - lo saludó divertido reuniéndose con su padre y con Hoss junto a la cama de Adam. - ¿ Cómo te sientes esta mañana?

-         ¿ Mañana? – preguntó Adam confundido y una ceja se elevó levemente. Se quejó al moverse bajo las mantas. – Tengo la sensación de haber dormido por mucho tiempo.

-         Si, has dormido por casi dos días, - dijo Ben con ternura. – Paul Martin te dio un poderoso sedante.

-         Dos días, - repitió Adam con asombro. Se movió y volvió a quejarse al intentar sentarse.

-         Adam por favor, no trates de sentarte, - dijo Ben con firmeza. – Puedes abrir las heridas.

Adam hizo una mueca de disgusto pero asintió. Si bien odiaba permanecer en su cama, en ese momento no tenía intensiones de discutir con su padre al respecto. Se sentía algo mareado y débil,  y no estaba seguro de que estaría más cómodo sentado.

-         ¿ Dónde esta ella? – preguntó suave pero firmemente.

-         Fue a dar un paseo, - respondió Joe y le dirigió una rápida mirada a su padre. – Dijo que necesitaba estar sola.

Adam asintió y recorrió el cuarto con la vista eludiendo los ojos de su padre y hermanos.

-         Tendrían que haber visto su cara cuando le disparó a Wheeler, - mencionó Adam frotándose los ojos con dos dedos. – Fue tan extraño verla; no parecía ser ella completamente. – Adam hizo una pausa  recordando los extraños sucesos de esa mañana. – Wheeler mencionó varias cosas mientras jugaba con su cuchillo contra mi cuerpo, - dijo y si bien intentó sonar gracioso, todos notaron la filoso y frío borde de furia. – Dijo que planeaba casarse con ella.

-         ¿ Fue por eso que intentó matarte? – preguntó Hoss con ojos bien abiertos.

-         Si, pensó que había arruinado su plan, - dijo y su voz se convirtió en un poderoso murmullo cargado de enojo. Clavó su mirada en su padre. – Wheeler creía que tu le darías parte de La Ponderosa una vez que se casaran. – Adam hizo una nueva pausa y parpadeó varias veces tratando de soportar el dolor de cabeza. – Planeaba matarlos a todos y convencer a Molly de adoptar a mi hijo.  Con todos ustedes muertos, Matt heredaría el rancho. Luego de eso, la mataría por el solo hecho de evitar que ella recuerde lo que él había hecho. – Hizo  una nueva pausa esforzándose por controlar la respiración sobre el dolor que generaban sus costillas. – ¿ Dijo algo de su pasado?, - preguntó Adam mientras los miraba a los tres. - ¿ Mencionó cómo llegó a La Ponderosa?

Ben arrastró la silla cerca de la cama de Adam preguntándose si sería un buen momento para contarle.  Adam parecía perturbado y agitado, luchando desesperadamente por mantener sus ojos abiertos, mientras se esforzaba por mantener su temperamento bajo control.

-         Adam necesitas descansar ahora,  - dijo Ben tratando de calmarlo. – Podemos hablar más tarde.

-         Ahora Papá, - demandó elevando considerablemente la voz con exasperación. 

Sus cansados ojos rodaron hasta clavarse en el cieloraso. Necesita saber cuanto antes, lo que fuera que su padre tenía para decir, pues la incertidumbre lo estaba matando. Adam entrecerró sus  ojos y tragó intentando que el nudo que se alojaba en su garganta desapareciera.

-         ¿Qué les dijo? – insistió. – Necesito saberlo ahora.

Antes de contestar, Ben miró a sus hijos menores. Ambos asintieron mostrándole a su padre que no tenía sentido intentar convencer a Adam de hablar más tarde.

-         Bueno hijo, nos dijo que fue criada en un orfanato.  No tiene familia, - empezó diciendo Ben con suavidad y cautela. – Luego ingresó en un Convento. – Hizo una pausa y miró fugazmente a Joe y a Hoss que seguían la conversación en silencio. Volvió sus ojos nuevamente hacia Adam preguntándose cuál sería su reacción, pero la cara de Adam se mostraba ilegible. – Es o fue monja.  La llamaban Connie, hermana Connie,  - agregó Ben con suavidad. – Viajaba con un grupo de Jesuitas cuando sufrieron la emboscada.

La confirmación golpeó directo en el corazón de Adam, y su alma se llenó de amargura la cual lentamente se convirtió en un agudo y profundo dolor que hizo que olvidara sus heridas. Ante la atormentada mente de Adam, Molly moría y estaba siendo reemplazada por Constance Leod, una monja y una completa extraña. Deseaba huir de ellos y forzar su mente a creer que ella nunca había existido realmente. No dejes que eso suceda Adam.  Tienes que pelear hombre, gritó su voz interior.

-         Necesita acostumbrarse a su pasado, Adam – siguió diciendo Ben trayéndolo nuevamente a la realidad. – Necesita tiempo, eso es todo.

-         Ella va a ser la misma que todos queremos, -  dijo Hoss.

Adam clavó su mirada en sus hermanos y no le gustó advertir que se esforzaban por ocultar que ambos pensaban en lo sucedido en el establo varios meses atrás.  Con fastidio elevó una ceja y movió sus ojos hacia su padre. El fastidio aumentó al comprobar que su padre pensaba en lo mismo.

-         No me miren de ese modo, quieren, - gruñó con enojo mientras parpadeaba repetidamente al sentir sus párpados tornarse demasiado pesados.

-         Adam, escúchame, - dijo Ben cautelosamente, tratando de llegar a su hijo antes que se enterrara en sus propias conclusiones. – Está confundida, pero sabes que te ama hijo.

Un gesto de indignación cubrió el rostro de Adam, quien miró a su padre con ojos llenos de enojo, pero no habló inmediatamente.  Presionó el puente de su nariz con sus dedos tratando de suprimir la mezcla de sentimientos que crecían en su interior.

-         No trates de hacerme sentir mejor, - gruñó. – Porque no lo vas a lograr.

Sus palabras claramente mostraban lo frustrado y amargado que estaba.  Ben intercambió miradas con Hoss, rogando por su intervención.  Conocía mucho a sus hijos y sabía perfectamente bien, que su enorme hijo tenía el arte de calmar el temperamento de Adam con mayor facilidad  que cualquier otra persona en la casa.  Respondiendo el tácito requerimiento de su padre, Hoss colocó su mano sobre el hombro de Adam.

-         Vamos hermano, - dijo suavemente y su aterciopelada voz hizo que Adam se volviera a mirarlo. Con rostro sonriente y clavando sus tiernos ojos azules en los volcánicos ojos de Adam, Hoss siguió hablando. – Papá no esta tratando de hacerte sentir mejor, él solo quiere que no te apresures a sacar conjeturas.  Debes tener en cuenta todo el panorama.

-         ¿ Todo el panorama Hoss? – dijo Adam y bufó con fastidio. – Todo el panorama incluye un orfanato conducido por hermanas de caridad y varios años viviendo como hermana en un convento.  Luego de ello, varios meses trabajando entre sacerdotes jesuitas y luego cuatro años viviendo aquí. – Cerró sus ojos brevemente y con mucho esfuerzo volvió a abrirlos. – No estoy seguro que Molly podría existir enmarcada en ese panorama. – Adam hizo una pausa al cerrar sus ojos y respiró hondo sintiéndose exhausto.  – Por lo menos, no la Molly que amo,  - balbuceó casi en un murmullo, como si pensara en voz alta. – Quiero verla. Quiero escuchar todo de sus labios.

-         Duerme Adam, - dijo Ben paternalmente acariciando su cabeza.

Adam luchó contra al somnolencia pero perdió la batalla y se durmió antes que su padre y hermanos salieran de su cuarto.

 

SEIS

Empezaba a caer la tarde cuando Adam abrió sus ojos nuevamente.  Se sentía mucho mejor, pero todavía no estaba en condiciones de moverse sin dolor.  En cuanto estuvo completamente despierto, reconoció el suave y dulce perfume.  Con menos esfuerzo que antes logró recorrer el cuarto con la mirada buscándola. Sonrió al verla parada junto a la ventana, pero no la llamó de inmediato.  Simplemente la contempló, rastreando su silueta, preguntándose qué sucedería en los próximos minutos.  Por lo que podía recordar en ese momento, Molly siempre usaba delicados y finos vestidos, siendo el amarillo, el verde, el azul y el blanco sus colores favoritos.  Pero en ese momento, usaba un vestido marrón oscuro y Adam se preguntó si sería de ese color de la túnica que usaba en el Convento.  Varios meses atrás cuando regresó al rancho de la familia, Adam había estado casi enterrado en vida, prácticamente muerto por la tristeza y la soledad. Pero Molly con su fresca naturaleza, sus amables modos y su dulce sonrisa derribó la pared que Adam había levantado alrededor de su corazón  y le dio nuevo sentido a su vida.  Y en ese momento Adam deseaba tenerla en sus brazos sin dejar que se alejara de él y obligarla a prometerle que nada cambiaría entre ellos.  Pero era sólo un deseo, pues no tenía tanta confianza luego de escuchar lo que su padre le había dicho sobre ella.  Veamos qué tiene para decir, pensó Adam sin saber qué esperar.

Con muchas dificultades trató de sentarse, pero su cuerpo le dolía demasiado y sus quejidos llamaron la atención de Connie.

-         ¿ Qué estas haciendo? – dijo ella acercándose a él. – Por favor Adam recuéstate.

-         Necesito sentarme, - respondió él mientras cerraba sus ojos procurando minimizar el dolor.  – Mi espalda me esta matando.

-         Eres imposible, - refunfuñó al tocar la frente de Adam asegurándose que no tenía fiebre. – No puedes sentarte todavía Adam.

Un punzante dolor le recorrió el cuerpo desde el hombro hasta el estómago, obligándolo a desistir.  Una vez que logró normalizar su respiración, Adam abrió sus ojos y la encontró sentada al borde de su cama. Si bien le sonreía, fue  muy triste para él advertir que más allá de la maravillosa sonrisa, no era Molly quien lo contemplaba.  Había un mínimo cambio en el brillo de sus ojos y por más que ella intentara ocultar sus sentimientos, sus ojos mostraban cuan atormentada estaba.

-         Te ves muy atractivo con todos esos vendajes, - dijo tratando de sonar graciosa. Adam ahogó la risa, pero no dijo nada. - ¿ Cómo te sientes?

-         Mejor, - respondió él y logró esbozar una sonrisa sobre la catarata de sentimientos que lo envolvían. -  ¿ Qué hay de ti?.  Papá me contó algo, pero quiero me cuentes tu historia.

Connie asintió preguntándose si lograría parecer segura al sentir que los peligroso ojos de Adam la examinaban.  Se enderezó y estudió su rostro antes de comenzar a hablar. Adam se veía extraño, sus ojos  parecían suspicaces y distantes. Sabe más de lo que desea mostrar, pensó Connie.

-         ¿Wheeler te dijo algo? – preguntó vacilantemente.

-         Tonterías, - fue su corta y rápida respuesta.

Connie se sacudió con la respuesta al entender la gran cantidad de significados que esa palabra involucraba.  Su cuerpo se puso tenso y un nudo comenzó a formarse en su estómago.  Desvió la mirada preguntándose qué podría haber dicho Wheeler.  Había estado intentando decidir qué decir y qué guardar para sí desde el día anterior, pero en ese momento toda su vida corría por su mente.  Si bien el recuerdo de Rafael relampagueaba en su mente forzándola a recordar, ya había decidido que solo mencionaría a Adam sobre su existencia, pero no ahondaría en mayores explicaciones.  Con voz suave y madura, comenzó a hablar. Una vez más hizo su relato tan corto como le fue posible, sintetizando veinte años de vida en quince minutos.

Adam la escuchaba, pero si bien trataba de no recordar las palabras de Wheeler, no podía.  No pasó inadvertido para él que si bien antes había mencionado a un hombre llamado Rafael, no lo hizo mientras le contaba la historia de su vida.   Connie hablaba de su viaje a California y era fácil advertir cuan tensa estaba, luchando con todas sus fuerzas por mantener las emociones bajo control.  Finalmente hizo una pausa y dejó que su mirada vagara por el cuarto como si se esforzase en decidirse sobre algo que no estaba segura de decir.

-         Debes estar preguntándote quien era Rafael, – balbuceó Connie con voz forzada, como si una parte de ella hubiese decidido hablar del tema, mientras la restante era reacia a hacerlo.

-         Tengo que confesarte que lo estoy, - respondió Adam tomado por sorpresa por la pregunta. – De hecho, creo que le disparaste a Wheeler por él, no por mí.

-         Pareces decepcionado, - dijo sosegadamente sin atreverse a negarlo.

-         No, no lo estoy, - respondió instintivamente mientras estudiaba la expresión de su rostro, advirtiendo que había acertado en un punto vulnerable. – Supongo que era uno de los sacerdotes que Wheeler mató, pero parece que era muy importante para ti, - aventuró.

-         Si, era mi amigo, - dijo apaciblemente. – Era un sacerdote español, jesuita.  Lo conocí en Denver. – Connie hizo una pausa dominada por la imagen de Rafael. Había pensado en él toda esa mañana, y todavía estaba sensible al respecto. – Cuando me comentó que se dirigía hacia una de las misiones españolas, le confecé que siempre había soñado con ser parte de ellas y él me ofreció trabajar a su lado.  Viajamos juntos desde ese momento.  Lo apreciaba mucho, - respondió sin mirar a Adam. – Wheeler lo asesinó frente a mis ojos.

-         ¿ Quieres hablar de él?  - preguntó Adam, cuestionándose si no era insensible presionarla cuando era más que evidente que no deseaba hablar de él. Pero decidió que hablar la ayudaría.

Connie sacudió su cabeza negativamente y se dirigió hacia la ventana evitando el contacto visual  con Adam, temiendo que él pudiera intuir que su mente estaba llena de pensamientos conflictivos.  Por favor Adam, deja de hacer preguntas, rogó.

-         Mírame Connie, - dijo Adam, utilizando deliberadamente su verdadero nombre. Atormentada ella se volvió hacia él. – Connie, varios meses atrás tu me dijiste que querías que yo fuera feliz, - logró decir sobre la catarata de emociones que lo sofocaban.  Ella frunció el ceño y clavó sus cansados ojos en él. – Esa mañana también dijiste que si mi felicidad no estaba a tu lado, tu estarías feliz por mí. ¿ Lo recuerdas? – Connie asintió y bajó la vista con tristeza. – Bueno, ahora es mi turno de decirlo. – Adam hizo una pausa esforzándose por ocultar la amargura que sus propias palabras le producían. – Connie eres la única que sabe dónde esta tu vida.  Estaré a tu lado cualquiera sea tu decisión.

-         Te amo más allá de todo Adam, - dijo y la voz se le quebró por la emoción mientras que una lágrima solitaria cruzaba por su mejilla.  Adam advirtió que repentinamente ella parecía perdida. – Pero necesito tiempo. Tengo tanto en que pensar. – Hizo una pausa y se dejó caer en la silla junto a la cama y nerviosamente comenzó a frotar sus manos.  – No puedo pensar en la boda ahora, Adam.

-         Hey, tómalo con calma, - dijo él suavemente y estiró su mano hacia ella. Connie la tomó  entre las suyas y le sonrió con tristeza. – No tienes que pensar en eso ahora.  Sólo quiero que estés bien.

Connie asintió y lo contempló con emoción.

-         Sabes cuánto te amo, ¿no? – dijo.  Él asintió y logró esbozar una sonrisa, pero intuyó que no le gustaría escuchar lo que ella estaba por decir. - ¿ Qué sucederá si te digo que necesito alejarme de La Ponderosa? – preguntó casi en un susurro.  Adam sintió un escalofrío recorrer su espalda. Si bien parecía atormentada, se la escuchaba como si ya hubiese tomado una determinación al respecto.  – Tal vez viaje a la Misión San Carlos. Necesito descubrir que ya no pertenezco a esa clase de vida.

-         Si eso es lo que necesitas, esta bien por mi, - dijo Adam y logró suavizar su voz sobre la desesperación que lo abrumaba. - ¿ Qué sucederá si descubres que Constance es parte de esa vida?.

-         No lo sé, Adam – confesó con sinceridad y sus ojos se llenaron de lágrimas como si temiera descubrirlo.  – Lo único que sé es que debo regresar y enfrentar mi pasado.  Necesito descubrir quién soy Adam.

Suaves golpes a la puerta interrumpieron la conversación y Ben apareció una vez que Adam le indicó que pasase. Connie se volvió hacia la ventana, ocultando las lágrimas que una vez más corrían por sus mejillas.

-         Adam, Paul Martin esta aquí, - dijo Ben y le dirigió una fugaz mirada a Connie, volviendo sus ojos rápidamente hacia Adam. – Estamos tomando un café, pero no tiene demasiado tiempo.

-         Dile que venga Ben, - dijo Connie volviéndose hacia él. – Tengo que ayudar a Hop Sing con la cena.

Ben asintió sin ocultar su preocupación y luego de mirar a ambos, dejó el cuarto de Adam

-         ¿ Piensas marcharte pronto? – preguntó Adam una vez que Ben cerró la puerta.

-         No lo sé, - respondió vacilantemente y se encogió de hombros. – Supongo que en cuanto estés restablecido.

-         Estoy bien Connie, - afirmó él sabiendo que su apoyo la ayudaría. – Esta casa esta llena de gente y saldré de este cuarto en un par de días. – Paul Martin golpeó a la puerta y esta vez Adam esperó para indicarle que pase. – Tómalo con calma, - dijo acariciando el rostro de Connie con ternura. – Ahora estas perdida y confundida, pero veras como todo se aclara.

-         Tal vez, - dijo ella mientras se volvía a abrir la puerta para que el doctor Martin pasara.

Paul Martin los saludó y se dirigió directamente hacia la cama de su paciente.

-         Connie quiero revisarte cuando termine con Adam, - dijo Martin mientras colocaba su maletín sobre la mesa de luz. – Ben me comentó que no te ve muy bien.

-         Estaré en mi cuarto doctor, - dijo simplemente y salió del cuarto sin volver a mirar a Adam.

 

SIETE

Durante los siguientes días la familia lentamente regresó a su rutina habitual.  Mientras Ben y sus hijos menores se ocupaban de las actividades del rancho, Connie cuidaba de Adam y lidiaba con sus conflictivos pensamientos.

Al pasar la mayor parte del día con Connie, Adam tuvo la oportunidad de estudiarla más detenidamente.  Parecía estar aceptando todo cuanto le había sucedido con naturalidad y lentamente los agradables recuerdos comenzaron a brotar en su mente. Compartió con Adam graciosas experiencias vividas en el orfanato y también osadas y temerarias aventuras vividas en su travesía hacia el oeste. Divertido, Adam observó que mientras hablaba, los chispeantes ojos de Connie volvieron a llenarse de vida y comprendió que el viaje a California le había brindado la posibilidad de descubrir un modo de vida muy diferente a la que ella conocía.  Había algo de audacia en su modo de hablar y con agradable sorpresa Adam descubrió que Connie tenía una personalidad aventurera y mucho más coraje del que él creía.   Pero no mencionó ni una sola vez ni a Rafael, ni a la emboscada donde murió, mucho menos su intención de marcharse de la Ponderosa y Adam se atormentaba preguntándose si todavía contemplaba esa posibilidad.

Una mañana, Ben Cartwright bajó a desayunar más temprano de lo habitual.  El salón principal todavía estaba desierto y agradeció que así fuera, pues deseaba planificar el día antes que Connie y los muchachos se reunieran con él.  Se dirigió directo a la cocina y luego de saludar a Hop Sing, regresó al comedor con la cafetera.  Quería comenzar temprano, tenía varias reuniones en Virginia City y necesitaba que Joe y Hoss se encargaran de diferentes asuntos en el rancho.  Pensó en Connie y en Adam. Ella parecía estar inmersa en sus pensamientos, como si luchara contra su propia incertidumbre, mientras que Adam lentamente se recuperaba y empezaba a mostrar signos de fastidio por permanecer todavía encerrado en su cuarto.

Para cuando Joe y Hoss aparecieron, Ben tenía mentalmente distribuidas las actividades del día para cada uno de sus muchachos.  Necesitaba que mientras Hoss chequeaba el ganado que se encontraba en la parte norte del rancho, Joe visitara a un vecino que tenía un par de caballos que Ben deseaba adquirir.  Mientras los muchachos desayunaban, Ben les indicó las actividades y les comentó también que le pediría a Adam que se ocupase de atender los libros, sabiendo que ese trabajo lo ayudaría a mantener su cabeza ocupada.  Los tres estuvieron de acuerdo en que era una buena idea, y conversaban sobre diferentes asuntos que necesitaban atender cuando Connie apareció al pie de la escalera.

-         Buenos días, - dijo con voz débil mientras se acercaba al comedor.

-         Buenos días, - la saludaron los tres simultáneamente.

Ben estaba a punto de llenar la taza de Connie con café, pero ella lo detuvo.

-         Gracias Ben, pero prefiero tomar té, - dijo cansadamente al dirigirse al pasillo que conducía a la cocina. 

Regresó un par de minutos más tarde y silenciosamente se ubicó en su sitio junto a Ben.

-         ¿ Estas bien, Connie? – preguntó Hoss mientras llenaba su plato con huevos y tocino, y le dedicaba una mirada de desagrado a la taza que ella tenía en su mano.

-         Estoy bien, - respondió Connie y bebió un poco de su té.

-         No, no lo estas, Connie, - dijo Ben enérgicamente. – Te ves enferma y débil. El doctor Martin dijo que necesitabas descansar.

-         Pero estoy descasando, - se quejó mientras dejaba la taza de té sobre la mesa. – Estoy durmiendo como un lirón.  No recuerdo haber dormido tanto en mi vida.

-         Pero no estas comiendo nada en absoluto, - dijo Ben mostrándole toda su autoridad, mientras llenaba su plato con huevo y tocino. – Y ahora lo vas ha hacer.  No pienso quedarme sentado viendo como tu también te enfermas. 

-         No quiero huevos, - dijo ella y su frunció su nariz con expresión de asco. – Una tostada estará bien.

Mientras comía su precario desayuno, Connie pensó en su intención de dejar el rancho.  Lo había estado pensando por días y todavía no lograba reunir ni el coraje para comunicarle a Ben su decisión ni la determinación para llevarla a cabo.

-         Estas muy callada esta mañana, - dijo Joe intrigado. – ¿Estas segura que estas bien? 

Connie asintió y le dio un mordisco a su tostada pero no miró a ninguno de ellos.

-         No crees que es momento de decirnos qué esta sucediendo, - dijo Ben con expresión seria.

Connie bebió un poco de té y luego de dejar la taza sobre la mesa, vacilantemente clavó la vista en el mantel.

-         He estado pensando mucho, y creo que necesito alejarme de La Ponderosa, - dijo una vez que tomó la decisión.  Hizo una pausa y lentamente elevó la vista hacia ellos, preguntándose si podrían comprender. – No estoy segura de dónde iré, pero necesito estar sola por un tiempo.

-         Pero, ¿ cuál es el problema de estar aquí? – arremetió Joe con asombro, al no poder comprender su decisión.

-         Es demasiado duro para mí estar aquí con Adam, - respondió bajando la vista. – Verlo tan lastimado cuando sé que todo fue por mi culpa…cuando no tengo respuestas para darle.

Ben tenía la vista clavada en ella. Si bien intuía cuan difícil la decisión debió ser para ella, podía comprender que era lo que estaba buscando.  Colocó una mano sobre su brazo y Connie elevó la vista hacia él.

-         Esta bien Connie, - dijo suavemente ofreciéndole una paternal sonrisa. – Pero, ¿ estas segura que es eso lo que necesitas?

Connie asintió y se puso de pie.  La expresión de su rostro claramente mostraba a los Cartwrights, cuán sensible  y agobiada estaba, como así también cuanto luchaba por disfrazar lo vulnerable que se sentía en ese momento. 

-         Tengo que ir a la Iglesia ahora, - dijo y se dirigió al aparador donde había dejado su sombrero y su cartera. – Los veré más tarde, - dijo y giró hacia la puerta de entrada.

Ben respiró hondo y cansadamente se recostó contra el respaldo de su silla.

-         No puedo creer que se vaya, - dijo Joe con renuencia. - ¿ Crees que regresará a ese convento?

-         No lo sé hijo, - respondió pensativamente. – Creo que esta en medio del algo. Una especie de proceso, tal vez.

-         ¿ Qué proceso Papá?

-         Connie necesita encontrar su equilibrio. Aclarar su mente y sus sentimientos, - dijo Ben mientras llenaba una taza de café. – Estoy seguro que la debe hacer sentir muy culpable tener a Adam tan cerca. – Frunció su cara pensando en sus propias palabras. Se puso de pie. – Veré si Adam esta despierto. Quiero hablar con él antes de ir a Virginia City.

Sin decir más Ben se dirigió hacia la escalera y subió al piso superior preguntándose si Adam estaría al tanto de los planes de Connie de dejar La Ponderosa, y de ser así, qué podría suceder a continuación.

-         Buenos días hijo, - saludó Ben al ingresar al cuarto. Sonrió con ternura al ver a Matt durmiendo junto a su padre, mientras que Adam le acariciaba la cabeza con gesto melancólico.  – No tenía idea que estaba durmiendo aquí, - agregó Ben colocando la taza de café sobre la mesa de luz.

Adam dejó escapar un suspiro y asintió.

-         Vino en medio de la noche, - dijo con ternura. – Me alegro que lo haya hecho. Necesitaba su compañía. – Adam elevó la vista hacia su padre. – Si bien estaba dormido, mencionó que estaba completamente seguro que Molly lo dejaba. – Adam bajó la vista hacia Matt nuevamente. – Traté de hacerle entender que su nombre es Connie, pero se rehusa a llamarla de otra manera que no sea Molly.

-         Estoy seguro que no es problema para ella, - comentó Ben mientras estudiaba a Adam, y la expresión del rostro de su hijo le confirmó que ya sabía sobre su posible partida. Pero, de cualquier forma, Ben decidió preguntar.  Puso su mano sobre el hombro de Adam por un momento y siguió su camino hacia el pie de la cama. - ¿ Te comentó algo al respecto?

-         Hace varios días dijo algo acerca de trasladarse a la Misión San Carlos, pero no lo volvió a mencionar, - dijo Adam con tristeza. – Pero quien sabe si todavía esta lo pensando.

Matt se movió murmurando y la conversación que tenían sobre Connie fue momentáneamente dejada de lado.

-         Mi amor, es hora de levantarse, - lo llamó Adam con suavidad. – Vamos Matt.

Matt abrió sus ojos lentamente y parpadeó varias veces hasta estar completamente despierto. Sonrió a su padre en cuanto lo vio y se incorporó frotándose los ojos.

-         Buen día papi, - balbuceó Matt y bostezó.  Se volvió a mirar a su abuelo. – Buen día abuelo.

-         Buenos días Matt, - dijo Ben inclinándose hacia su nieto con una sonrisa. – Parece que tenemos un somnámbulo en la casa, - agregó con tono burlón.

Matt frunció el ceño y miró a su padre intrigado.

-         ¿Qué es somnámbulo? – preguntó sin comprender.

-         Una persona que camina mientras esta dormida, - respondió Adam con ternura mientras acariciaba el rostro de Matt.

Matt rió divertido y se arrodilló mirando a su padre.  Abruptamente su rostro se volvió serio.

-         Papi, ¿ estas de mal humor o triste?

Adam resopló y desvió la vista, preguntándose porque siempre olvidaba que había dos personas que podían intuir su humor en un abrir y cerrar de ojos; su padre y su hijo. Con casi cuatro años de edad, Matthew Cartwright era muy rápido leyendo las facciones de su padre y generalmente quien lograba que Adam asumiera lo que no deseaba aceptar.

-         Cincuenta y cincuenta, - respondió Adam con resignación.

-         Eso significa un poco de cada uno, ¿ no es cierto? – preguntó Matt con aire arrogante.

-         Eso significa la mitad de cada uno, - respondió Adam cariñosamente. Matt mordió su labio inferior pensativamente y asintió.

-         Mi amor, tu tío Hoss va a ir a chequear ganado esta mañana, - dijo Ben dirigiéndose al niño con una sonrisa. - ¿ Quieres ir con él?.  – Matt asintió entusiasmado. – Entonces, ve a cambiarte, Hoss esta desayunando, - sugirió Ben. – Estaré contigo en un momento.

-         Dame un abrazo antes de irte, - dijo Adam. – Ven a saludarme antes de marcharte.

Matt miró a su padre quien lo contemplaba con una sonrisa.  Se arrodilló y lo abrazó. Luego, Ben lo alzó y lo ubicó en el piso. En cuanto Matt dejó el cuarto, el rostro de Adam se cubrió por una oscura sombra.

-         Adam, retrasé esta conversación porque esperaba que tu me hablaras, - dijo Ben directamente.

Adam hizo una mueca acomodándose bajo las mantas y evitando la mirada de su padre tomó la taza de café que Ben había dejado sobre la mesa de luz.  Ben sacudió su cabeza preguntándose cómo podría quebrar la resistencia de su hijo.

-         ¿ Cuándo vas a confiar en nosotros Adam? – insistió. 

La decepción y el cansancio reflejado en la voz de su padre atrajo la atención de Adam. Padre e hijo se estudiaron por un par de segundos y ambos sabían que el otro estaba pensando en lo sucedido en el establo varios meses atrás.  Adam bajó la vista preguntándose cuánto le tomaría borrar esa imagen de las mentes de su padre y hermanos.

-         No voy a insistir esta vez, Adam, - terminó diciendo Ben.

-         Oh, termina con eso Papá. No es cuestión de confiar, - dijo Adam con fastidio antes que su padre saliera del cuarto. Ben miró a Adam y lo vio frotarse los ojos con sus dedos, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas. – Creo que nos dejará de un momento a otro. Tengo la sensación que esconde algo. Se muestra sumamente reacia a hablar de Rafael y la emboscada.

-         Bueno, hijo, le sucedió algo bastante traumático, - dijo Ben preocupado. – No será fácil para ella hablar de eso.

-         Lo sé, pero, hay algo que no nos dijo, - comentó Adam pensativamente. – Ella fue o es monja y no puedo imaginar qué se está guardando. – Adam hizo una pausa y observó a Ben cerrar la puerta del cuarto y regresar a su lado. – Simplemente mencionó al Padre Rafael como a un amigo, pero habla de él con tanto sentimiento y tensión que tengo la sensación que hay mucho más que una simple amistad. – Adam volvió a hacer una pausa y sacudió su cabeza mientras se frotaba la mandíbula. – Hay algo en su relato que no encaja.

-         Bueno, hijo, no es una situación simple, - agregó Ben con cautela. – Tiene que lidiar con mucho más que sus recuerdos, - agregó sabiamente.  Adam se puso serio y miró a su padre con incomprensión. – ¿No crees que ahora que sabe que fue moja, debe estar atormentada por todo lo que compartió contigo? – se atrevió a decir Ben. 

Adam desvió la vista de su padre sintiéndose repentinamente incómodo ante el comentario. Respiró hondo y se recostó contra la almohada.

-         Tal vez tengas razón Papá, - masculló y colocó la taza sobre la mesa de luz. – Por mucho que la ame, y muy a pesar de saber que ella también me ama, no quiero retenerla a mi lado si tiene dudas al respecto. – Miró a su padre. – No quiero que Matt sufra por sus dudas.  No quiero una vida infeliz para mi hijo.

La tristeza y la amargura de la voz de Adam llegó a lo más profundo del corazón de Ben.  Por todo lo que conocía a su hijo mayor, podía apostar que a pesar de a su amor por Connie y de la tristeza que obviamente soportaba ante la perspectiva de perderla, Adam, pensaría en su hijo en primer término y por él enterraría sus propios sentimientos.

-         Adam, hay algo que deberías saber, - dijo Ben mientras se sentaba a los pies de la cama de su hijo.

Ben le contó sobre los telegramas que Joe había enviado a Nueva York tratando descubrir si la Madre Margaret, continuaba siendo la Madre Superiora del Orfanato St. Joseph. Adam entrecerró sus ojos intrigado, preguntándose qué tendría su padre en mente. 

        Mira, creo que si se reúne con la Madre Margaret aquí, en La Ponderosa, va a ser mucho más fácil para ella unir sus dos vidas.

-         ¿ Dos vidas? – lo interrumpió confundido. - ¿ Vas a tratar de manipularla trayendo a la Madre Margaret a La Ponderosa?

-         Por supuesto que no Adam, - dijo Ben irritado. – No tengo dudas que te ama y que no desea ni alejarse de ti y de Matt, ni del resto de nosotros. Recuerda que somos la única familia que tuvo, según fueron sus palabras. – Ben hizo una pausa y pensativamente miró a su hijo. – Es bastante evidente que necesita encontrar su identidad. Pero no es necesario que se vaya del rancho, ella es Connie al igual que Molly.

-         Ahora es bastante evidente para mí que ella ya había mencionado algo acerca de dejar La Ponderosa, - murmuró Adam sarcásticamente mientras una de sus cejas comenzaba a elevarse, mostrando signos de perder los estribos.

Ben lo miró duramente, mostrándole a su hijo que no le agradaba el tono que usaba. Lleno de exasperación, Adam se destapó e intentó sentarse.

-         ¿ Qué piensas hacer ahora? – preguntó con voz fuerte y firme y se puso de pie con enojo, mientras se preguntaba porque Adam nunca usaba su pijama.

-         Voy a dejar esta cama, - respondió tajantemente.  Logró sentarse al borde de la cama. – Es bastante evidente que muchas cosas están sucediendo a mis espaldas, - agregó sin dejar de mostrarse sarcástico. - ¿ Dónde está ahora? – quiso saber.

Ben sacudió su cabeza y movió sus ojos con fastidio.

-         Fue a Virginia City, quería ver al Reverendo Joe, - respondió Ben. Ocultó su preocupación por la salud de Connie y se dirigió hacía el armario de Adam en busca de un pantalón negro y una camisa. – Déjame ayudarte con esto, - dijo enfrentando a Adam nuevamente. – No quiero que deambules por la casa en esas condiciones.

Adam sonrió victoriosamente y dejó que su padre lo ayudase a ponerse los pantalones, mientras pensaba en lo que habían conversado.  Tenía que admitir que lo que su padre había dicho tenía sentido, pero todavía no tenía tanta confianza.

Hoss golpeó el marco de la puerta interrumpiéndolos.

-         Hola hermano, ¿ cómo te sientes esta mañana? – preguntó con amplia sonrisa. – Oh, pero si ya estas completamente vestido. ¿ Tienes pensado salir?

-         Por supuesto que no Hoss, - respondió Adam con cómplice sonrisa, al recostarse otra vez en su cama. Le dirigió una rápida mirada a su padre quien lo miraba con dureza. - ¿ Dónde está Joe?

-         Se fue hace unos minutos, - respondió Hoss con pícara sonrisa. – No me digas que extrañas a ese pequeño diablo. – Adam rió sin poder negarlo. – Voy a decirle a Joe cuanto lo extrañas estos días, - agregó Hoss acercándose a su hermano. – A propósito, Matt se esta lavando los diente, y creí que te gustaría desayunar con él.

-         Me encantaría, - respondió Adam alegremente. – Gracias Hoss.

Hoss asintió con emoción y se volvió a su padre.

-         Me iré en cuanto Matt haya terminado su desayuno, - comentó.

-         Está bien, Hoss. Debo irme muchachos, - dijo palmeando el hombro de su enorme hijo.  Miró a Adam. – Cuídate y recuerda que todavía no estas lo suficientemente fuerte. Seguiremos conversando cuando regrese.

-         Aquí te estaré esperando Papá, - murmuró Adam sarcásticamente y guiñó un ojo a Hoss.

 

OCHO

Connie condujo la carreta a través de La Ponderosa.  Siempre la había ayudado pasear cuando necesitaba organizar sus sentimientos y aclara su mente.  Su mente estaba llena del rostro de Adam, mientras un agudo y profundo dolor cargado de angustia le perforaba el pecho.  Cuanto más lo pensaba más se convencía de que el Señor la estaba castigando por sus terribles pecados. Amaba a Adam tanto como era capaz de amar y se sentía bendecida por haber descubierto tan hermoso sentimiento, luego de lo cual, ella sabía que no sería la misma.  Siempre llevaría en su alma la sensación que la embargaba por el solo hecho de pensar en él.  Detuvo el coche por un momento y contempló el lugar, procurando retener en su mente cada centímetro de la majestuosa Ponderosa.  Frunció el rostro con tristeza, al sentir que justamente ese era uno de los motivos que la empujaba a marcharse, pues todo cuanto veía le recordaba a Adam.  De  una buena vez, necesitaba estar segura de cual era su lugar en la vida.

Sus pensamientos fueron alterados por una ola de nausea que la envolvió.  Recordó que el doctor Martin le había dicho que si continuaba sintiéndose enferma debía recostarse y comentárselo en su siguiente visita a Adam, pero no podía regresar al rancho en ese momento.

-         Antes de volver a la casa veré si el doctor esta en su oficina, - dijo mientras apuraba a los caballos a moverse.

 

Connie detuvo la carreta frente a la iglesia y contempló el edificio pensativamente. Bajó del coche preguntándose si el Reverendo Joe comprendería lo que ella tenía para confesar.  Connie ingresó en la iglesia y encontró al Reverendo limpiando el altar.  Era un hombre de mediana edad, de prolijo cabello blanco, cálida y tierna mirada y amigable sonrisa.  Desde que vivía en la Ponderosa, Connie asistía a misa todos los domingos, pero no tenía una estrecha relación con el Reverendo y en ese momento se avergonzó de no visitarlo más seguido.

-         Buenos días Reverendo, - dijo tímidamente mientras recorría el pasillo hacia él.

-         Oh, buenos días Molly, - la saludó el Reverendo con calidez. – Que agradable verte. – La contempló un momento y meneó la cabeza con diversión. – Has venido a comunicarme la fecha de tu boda con Adam.

-         No precisamente Reverendo, - respondió Molly bajando la vista. – Después de tantos años finalmente sé quien soy.

El rostro del Reverendo Joe se volvió serio y la miró con compasión mientras pasaba un brazo por los hombros de la muchacha y la conducía al primer banco. La ayudó a sentarse y se ubicó a su lado sosteniendo sus manos entre las suyas.

-         Me siento perdida Reverendo, - dijo con amargura al secarse las lágrimas del rostro, - Soy culpable de demasiados pecados.

-         Está bien, querida, - dijo con voz firme pero atenta. – Estoy aquí para ayudarte.

Connie vaciló y desvió la mirada al ser abordada por un terrible deseo de llorar. Necesitaba abrir su alma al Señor y enfrentar lo que fuera a suceder. No podía seguir viviendo con la culpa que la carcomía; con toda esa angustia que se negaba a dejar su alma.  Se encontró contándole absolutamente todo al Reverendo, aún aquello que no pudo compartir con Ben y sus muchachos.  Habló de sus sentimientos hacia Rafael como así también cómo escapó en medio de la noche sin reparar en sus votos o en su obligación en Denver.  También mencionó que si bien amaba profundamente a Adam, estaba decidida a dejarlo.  Habló por más de una hora y cuando terminó se sintió exhausta, como si hubiese corrido gran cantidad de kilómetros a gran velocidad.

Antes de hacer algún comentario, el Reverendo Joseph pensó detenidamente en todo lo que ella había dicho. Si bien advertía que no era una situación simple, se daba cuenta que no podía volver a la vida que llevaba como Hermana de la Caridad. No por lo que hizo siendo monja, ni siquiera por lo hecho durante el tiempo en que no recordaba su pasado, sino porque en ese momento, ella sentía el más profundo y poderoso sentimiento por un hombre.

-         ¿Porqué insistes en dejar a Adam cuando es tan evidente que estas perdidamente enamorada de él? – preguntó el Reverendo Joe directamente. Ella lo miró con asombro, al no poder comprender la pregunta. – No me mal interpretes Connie, ¿pero no crees que el Señor tal vez tenga otros planes para ti?

-         Pero Reverendo, debo ser castigada por los pecados que he cometido, - respondió Connie cubriendo sus ojos con vergüenza. Comenzó a llorar al no poder contener las lágrimas. – Soy una pecadora, Adam merece una esposa mucho mejor que yo.  Usted no comprende, le prometí a la Madre Margaret que sería una hermana como ella, pero la traicioné, - murmuró entre sollozos. – También me enamoré de un sacerdote y me escapé tras él en medio de la noche sin reparar en mis votos. – Hizo una pausa esforzándose por recuperar la compostura, pero no lo logró.  De pronto comenzó a temblar y permaneció en silencio por varios segundos, pero el Reverendo Joe no dijo nada, comprendiendo que ella luchaba por liberar lo que la torturaba. – Hice el amor con Adam y ni siquiera es mi esposo. También maté a un hombre. – Lloraba amargamente, totalmente controlada por sus sentimientos. – No creo que el Señor pueda perdonarme algún día todo lo que he hecho.

-         Él siempre comprender, Connie. Siempre perdona, - murmuró el Reverendo Joe con sabiduría y tomándola por el mentón elevó su rostro hasta que sus ojos se encontraron.  – Un amor tan poderoso como el que tu sientes por Adam no puede ser negado, ni dejado de lado. – Connie lo miró con tristeza y delicadamente el Reverendo Joe le acarició la  mano sonriéndole.  – Habla con Él, - dijo mirando brevemente a la imagen de Jesús tras el altar. – Él te ayudará a encontrar tu camino y a reconocer las señales que Él te envíe.

Luego de lo dicho, el Reverendo se puso de pie y la dejó sola.  Connie se arrodilló y enfrentó la enorme cruz ubicada tras el altar, desde donde Jesús la contemplaba. Podía sentir sus ojos examinando su alma, buscando sus pecados.  Bajó la vista abrumada por la vergüenza y comenzó a rezar.  Habló con el Señor como no lo había hecho en años.  Rezó por Su perdón como así también por Su bendición a Adam y todos los Cartwright. Lentamente, al compartir sus más profundos temores y deseos con Él, una sensación de paz, esperanza y tranquilidad la envolvió.

 

Ben Cartwright detuvo su caballo frente al banco.  Durante todo el trayecto hasta Virginia City, se había estado preguntando si verdaderamente Connie iría a visitar al Reverendo Joe, y sus preocupaciones se evaporaron al ver que el coche que ella conducía se hallaba frente a la iglesia.  Una vez en la acera, Ben extrajo su reloj de bolsillo y comprobó que tenía más de veinte minutos antes de reunirse con su abogado.  Guardó su reloj mientras cruzaba la calle con dirección al Correo, donde esperaba encontrar un telegrama desde Nueva York para él.

A dos cuadras de distancia, el Sheriff Roy Coffee salía de su oficina.  Luego de la conversación mantenida con Constance, había podido  rellenar varios huecos en la investigación que estaba conduciendo.  Basándose en la declaración de Connie, Coffee había enviado varios telegramas a la Misión San Carlos y las autoridades de la Misión respondieron rápidamente, confirmándole que cuatro años atrás aguardaban la llegada de dos religiosos: los padres Francisco Obregón y Fernando Soler.  No tenían noción de la existencia de un padre español, miembro de su congregación, llamado Rafael Montella, mucho menos que una Hermana de la Caridad llamada Constance Leod viajara con ellos. 

Coffee montó su caballo y lentamente atravesó la calle todavía pensando en Rafael Montella, preguntándose quién sería.  Había algo sobre él que lo molestaba.  Tenía una corazonada al respecto, pero todavía no podía deducir de qué se trataba.

Frunció el ceño al ver a Ben Cartwright ingresando a la oficina del correo y decidió detenerse a hablar con él antes de dirigirse a La Ponderosa.

-         Hola Ben, - lo saludó al entrar a la oficina postal.

-         Oh, buenos días Roy, - lo saludó Ben con enorme sonrisa al acercarse al Sheriff.

-         Por la cara que traes estas leyendo buenas noticias, - dijo Coffee divertido.

-         Si que lo son.  Es un telegrama del orfanato dónde Connie pasó su infancia.  Están respondiendo el telegrama que les envié hace un par de días, - comentó Ben. – Parece que luego de la desaparición de Connie, la Madre Margaret se trasladó a Denver.  En estos días conduce un orfanato allí, - dijo Ben con satisfacción  y colocó el telegrama en el bolsillo interno de su chaleco. – La actual Madre Superiora de St. Joseph le envió un telegrama a la Madre Margaret comunicándole las novedades sobre Connie. También envié un telegrama a la Madre Margaret invitándola a La Ponderosa.

-         Bueno, Connie va a estar muy contenta de saberlo, - comentó Coffee con una sonrisa.  Ben asintió y ambos salieron de la oficina del correo. Una vez en el exterior, Coffee se dirigió a su amigo con expresión más seria. – Ben ¿ tienes un minuto para mí?.   Tengo información que creo deberías conocer.

Ben arrugó la frente con seriedad y asintió.  Sugirió que podían tomar una taza de café en el Hotel mientras conversaban. Cruzaron la calle en dirección al hotel y luego de saludar a un par de conocidos, ingresaron.  Una vez dentro, el Sheriff se dirigió a una mesa apartada mientras Ben pedía dos tazas de café.

- Bueno Roy, ¿ qué novedades tienes?   - preguntó mientras se sentaba junto a su amigo.

Antes de comenzar a hablar, Coffee esperó que la mujer que servía las tazas de café se marchara.  En cuanto estuvieron solos, puso a Ben al corriente de los avances de su investigación.  De uno de los bolsillos de su camisa, extrajo los telegramas que había recibido esa misma mañana y se los entregó. Ben los leyó con concentración mientras Roy continuaba con su explicación.

-         Por un tiempo trataron de saber qué les sucedió a esos sacerdotes, pero no lograron demasiado, - estaba diciendo Roy con voz fuerte y firme. – Pero con el paso del tiempo la búsqueda disminuyó.  Hasta que decidieron que no tenía sentido seguir buscando.

-         No podemos culparlos. Hicimos lo mismo, - comentó Ben mientras terminaba de leer el segundo telegrama.  Dejó los dos papeles junto a la taza de café. – Es bastante extraño que no supieran nada sobre el Padre Rafael. No me sorprende que no supieran de Connie, porque ella se unió al grupo a último momento, pero debían esperar al Padre Rafael.

-         Eso pensaba, - dijo Coffee mientras guardaba los telegramas en su bolsillo. – Me preguntaba por ese hombre que Connie nos comentó que Wheeler o Miller buscaba la primera vez que ella lo vio.  – El Sheriff terminó su café mientras decidía si debía compartir sus sospechas con su amigo. – Ben, por lo que sé, Miller o Wheeler, era buscado por cinco diferentes asesinatos en el territorio de Nevada, - comentó Coffee recostándose contra el respaldo de la silla. – Resultó ser un famoso bandido. También lo buscan en Colorado, por el robo a un importante  banco.  – Hizo una pausa y entrecerró sus ojos. – Trato de descubrir si tenía un socio llamado Carlos y si la descripción coincide con la que Connie nos dio de Rafael.

Ben asintió y respiró hondo con expresión pensativa.

-         Si tus sospechas son ciertas a Connie no le va a agradar saberlo, - dijo Ben mientras se ponía de pie. – Disculpa Roy, no quiero parecer descortés pero mi abogado me aguarda en su oficina.

-         Por supuesto Ben, - dijo Coffee poniéndose de pie. – ¿Crees que Adam ya puede hablar conmigo?.

-         Estoy seguro que si, Roy – dijo Ben, mientras dejaban el Hotel. – De hecho, se alegrará de verte.

-         ¿ Porqué? – preguntó Coffee intrigado.

Ben hizo una mueca y miró a su amigo por el rabillo del ojo.

-         Está aburrido de estar en su cama, rodeado siempre por las mismas caras, - comentó Ben. – Nos vemos Roy.

 

Luego de dos horas de rezar pidiendo por Su orientación, Connie se puso de pie.  Si bien continuaba abrumada se sentía mucho mejor, pero todavía no estaba en condiciones de regresar al rancho.  Dejó la iglesia absorta en sus pensamientos, luchando contra la creciente vergüenza.  Cruzó la calle sin reparar en la gente que pasaba a su lado y se dirigió hacia la casa del Doctor.

-         Buenos días Connie, - la saludó el doctor Martin con una sonrisa al verla en medio del porche de entrada.  Pero su rostro gradualmente se puso serio a medida que examinaba su apariencia. La vio demasiado delgada y pálida, como así también abatida y ojerosa. – Por favor pasa.

-         Hola Paul, - dijo simplemente ella esbozando una sonrisa tensa y cansada.

-         No te ves para nada bien, - se apresuró a decir. Ella sacudió su cabeza dándole a entender que no lo estaba y bajó la vista.  – Pasa,  - dijo el doctor corriendo una de las cortinas que dividía la sala de entrada de su oficina.

Más de treinta minutos más tarde Martin se ubicó tras su escritorio. Observó a Connie y esperó que ella terminara de vestirse antes de seguir con mayores instrucciones.

-         Necesitas descansar Connie, - dijo Martin con seriedad. – No quiero que montes un caballo, ni conduzcas una carreta o coche por un tiempo.

-         Esta bien Paul, - dijo ella. – Supongo que eso incluye un viaje a Monterrey.

-         ¿ Qué? Eso es impensado, - dijo el doctor con firmeza. – Ahora, regresa al rancho y acuéstate.

Connie asintió mientras una mezcla de emociones se apoderaba de ella.  Levantó la vista y lo miró con ojos suplicantes.

-         Paul, prométeme que este será nuestro secreto, - rogó.  Martin tomó las manos de Connie entre las suyas y la miró perplejo. – Por favor Paul, necesito asimilarlo. Si vas a visitar a Adam esta tarde, no le digas.

-         Si eso deseas mantendré mi boca cerrada, - dijo Martin con complicidad y logró hacerla sonreír. – Ahora regresa a La Ponderosa y por favor Connie, debes descansar.

-         Gracias Paul, - dijo aliviada.

Qué pensará Adam, se preguntó. Esto cambia radicalmente todo cuanto tenía planeado. En eso pensaba Connie cuando salió de la oficina del doctor.  Sobrecogida por las palabras de Paul Martin, Connie no se atrevía a creer las sospechas del doctor hasta que Martin puso la palabra embarazo en el aire.  Se dirigió hacia el coche que permanecía junto a la iglesia.  Estaba a  punto de subir cuando se detuvo y miró una vez más a la enorme cruz que habitaba en la cima del edificio.  Podrá ser esta una señal, pensó confundida. Decidió visitar otra vez al Reverendo Joe antes de dirigirse al rancho.

 

NUEVE

Una vez que el Sheriff se marchó, Adam quedó solo lidiando con sus pensamientos y con tristeza aceptó que todo cuanto Wheeler le había dicho era cierto.  En su declaración, mencionó que Wheeler, dejando aflorar su furia, había mencionado que aguardaba al grupo de religiosos proveniente de Denver, pues si bien no lo sabían, llevaban una preciosa joya que Wheeler pensaba vender en Monterrey.  Tenía un socio entre los sacerdotes, quien era el encargado de trasladar la joya a la costa oeste.  Pero los hechos no se desarrollaron como habían planeado y cuando se encontró con el grupo, su socio se negó a entregarle la joya porque tenía otros planes para ella.  Wheeler no lo aceptó y cansado de esperar decidió tomar la situación en sus manos.  No se arrepentía de haber matado a los sacerdotes, pues lo lleno de furia el no haber encontrado la joya entre sus pertenencias.  Luego de varios años de  vagar por diferentes territorios, Wheeler vio a Connie y algo en ella atrajo su atención.  Si bien en un principio no la recordó decidió seguir su instinto y permaneció cerca de ella. Cuando recordó de dónde la conocía, supo que la oportunidad de vengarse había llegado.  No tardó en descubrir que ella significaba mucho para los Cartwright y un nuevo plan comenzó a formarse en su mente. Wheeler quería ser el dueño de La Ponderosa y creyó que lo lograría usándola.  Era una conexión extraña e insospechada,  pero suficiente para que Coffee pudiera unir las dos investigaciones y suponer que el sacerdote impostor era el socio que Wheeler aguardaba.

Antes que Coffee dejara su cuarto, Adam lo obligó a prometerle que no diría una palabra sobre lo conversado.  Quería decírselo él mismo a Connie.

Adam estaba inquieto.  Su mente trabajaba a gran velocidad analizando todo cuanto Connie le había dicho sobre el viaje de Denver a California. Harto de sentirse postrado e inútil, decidió que necesitaba moverse un poco.  Cuidadosamente se sentó en el borde de su cama sorprendido por lo débiles que sentía sus piernas, como así también la gran variedad de dolores que sentía a lo largo de su cuerpo.  Tranquilo Adam, se auto alentó.  Lentamente el dolor de su cuerpo comenzó a disminuir y logró pararse.  Esperó un par de segundos a que sus piernas se acostumbraran al peso de su cuerpo y  un paso a la vez logró alcanzar la ventana.  Miró a través de la misma y vio al doctor Martin ingresando.  Me pregunto si tendrá alguna objeción al verme fuera de la cama. Decidió ubicarse en la silla y esperarlo sentado allí.

En un primer momento Adam agradeció la visita del doctor creyendo que ese hecho le propinaría la posibilidad de dejar  de pensar por un rato sobre todo lo que debía comunicarle a Connie. Pero, por más que intentase alejar esos pensamientos de su mente, no lo logró. Adam no podía dejar de pensar que sus palabras la lastimarían profundamente al obligarla a enfrentar los desagradables momentos que sufrió esa terrible noche y sufriría al decirle que el maravilloso Padre Rafael, a quien ella quería tanto, no era más que un forajido que descaradamente los utilizaba.  Sabía que no sería sencillo hacerla comprender. Pero debe saber la verdad y tal vez eso nos de una oportunidad, pensó Adam mientras Martin terminaba de chequear sus heridas.

-         Bueno Adam, vendré a verte en un par de días, - dijo Martin guardando sus instrumentos en su maletín.

-         Gracias Paul, - respondió Adam dedicándole una amable y discreta sonrisa. Pero el rostro del doctor le llamó poderosamente la atención.  No había reparado antes en el modo en que el doctor lo miraba, y si bien trataba de disimularlo, los ojos de Martin chispeaban con entusiasmo. – ¿Sucede algo que deba saber? – preguntó Adam arqueando una ceja intrigado.

Martin sacudió su cabeza y evasivamente respondió que recordaba algo que le había sucedido esa mañana.  Luego de estrechar su mano con Adam y de repetirle que se cuidara, dejó el cuarto.

Por unos segundo Adam se preguntó qué podría haber recordado el doctor, pero volvió sus pensamientos hacia Connie.

 

DIEZ

Empezaba a caer la tarde cuando Connie ingresó en tierra de La Ponderosa.  Su mente todavía guardaba las alentadoras y tiernas palabras del Reverendo Joe.  Cuando Connie lo puso al corriente de su estado, el Reverendo no habló inmediatamente.  Permaneció en silencio con expresión pensativa por varios segundos, como si buscara con suma precisión sus próximas palabras.  Al final sonrió y amablemente le dijo que, si bien no estaba contento al conocer su pecado, podía comprender que el resultado del mismo, bien podría ser una señal que el Señor le estaba enviando, y con el bebé llegaba también Su bendición. Y con esas palabras Connie sintió que Su perdón había llegado, y se sintió libre para enfrentar la oportunidad que tenía frente a ella.  Esta vez no pienso arruinarlo, se dijo y todo su cuerpo fue invadido por una dulce felicidad que logro hacerla olvidar la angustia sufrida durante los días pasados.

Descubrió con sorpresa que había sido un día maravilloso.  Esa mañana, al dirigirse a Virginia City, no había reparado en ello, pues su mente había estado demasiado atiborrada de pensamientos, demasiado abrumada ante la necesidad de dejar a los Cartwrights.   Pero todo ante sus ojos parecía diferente en ese momento.  Respiró hondo dejando que la fresca y primaveral brisa colmara sus pulmones. Contempló los altos pinos que lucían más altos y estoicos que nunca, balanceándose con el viento como si la saludaran. Los verdes campos cubiertos de flores, desparramando una gran variedad de colores.  De alguna manera, estando en ese maravilloso lugar, tan lleno de sueños, risas y promesas, la vida que llevaba en el Convento parecía distante y fuera de lugar para ella. El paisaje denotaba poder, riqueza y por sobre todo lo demás, significaba “hogar” para Connie. Su rostro se iluminó por una enorme y feliz sonrisa.  Apuró los caballos ansiosa por llegar a la casa y contarle todo a Adam.

Detuvo el coche junto a la entrada de la casa soñando con un pequeño Cartwright corriendo por los alrededores.  Dirigió su mirada hacia la puerta de entrada, y sonrió al preguntarse cómo tomarían la noticia.  Estoy segura que Ben va a emocionarse, pensó al cruzar el porche.  Abrió abruptamente la puerta y encontró a Ben jugando con Matt, mientras que Joe y Hoss compartían una partida de damas.

-         Que maravillosa reunión de Cartwrights, - dijo con buen humor y se acercó a ellos.

-         ¿ Dónde has estado? – preguntó instantáneamente Ben sin ocultar su preocupación. Connie frunció el ceño y clavó su mirada en él. – Es casi hora de cenar.

Connie no respondió inmediatamente pero lo miró con emoción.

-         Lo sé Ben. Lo siento. – Esbozó una tímida sonrisa y se acercó a Matt quien le sonría alegremente.

-         Estamos planeando mi cumpleaños, Molly – le informó Matt con entusiasmo. – Vamos a tener una gran fiesta. El abuelo le va a pedir a Hop Sing que haga un enorme pastel para mí, y la torta favorita de Papi.

-         Suena fabuloso, - dijo ella con emoción y tomando el rostro de Matt entre sus manos  le dio un beso en la mejilla. – Vas a tener una grandiosa fiesta.

-         ¿Vas a darme un regalo? – preguntó Matt y sus ojos destellaron traviesamente.

-         Por supuesto, pero tienes que esperar un par de semanas para eso, - respondió con ternura, acariciándole la mejilla.  Matt frunció el rostro no demasiado feliz con la respuesta. – Pero tengo una idea, hoy vamos a tener una cena especial y comenzaremos a planear tu fiesta.

Matt asintió feliz y elevó su mirada hacia su abuelo.

-         Papi va a cenar con nosotros, ¿ no es cierto abuelo?

Ben asintió con una sonrisa. Luego miró a Connie y le informó que el doctor Martin había autorizado a Adam a dejar su cuarto.

-         Te espera arriba,  - agregó.

-         ¿ Estas bien Connie? – preguntó Joe intrigado mientras estudiaba su radiante rostro. – Noto un cambio en ti. ¿ Qué sucede?

-         Llámalo felicidad Joe, - respondió ella con ojos húmedos por la emoción y la felicidad bailando en sus labios. – No iré a ningún lado. Me quedaré con ustedes para siempre.

-         Pero esta mañana dijiste lo contrario, - comentó Hoss con asombro.

-         Lo sé Hoss, pero cambié de opinión, - respondió e inconscientemente se abrazó. – Les explicaré más tarde. Ahora necesito hablar con Adam.

Connie se dirigió hacia al escalera y pensando en la mejor forma de darle a Adam la noticia llegó a su cuarto. No se lo digas demasiado directo, Connie, se dijo al llegar a la puerta de la habitación. Encontró a Adam leyendo cómodamente en la silla.  Lo observó con emoción e ingresó al cuarto.

-         Hola, - lo saludó suavemente.

-         Hola, finalmente llegaste, - dijo con entusiasmo y cerró el libro que estaba tratando de leer, pero no lograba concentrarse.

-         Necesito que hablemos Adam, - dijo ella delicadamente y cerró la puerta de la habitación.  Con rostro sonriente se acercó a él y le dio un tierno beso en la mejilla.  – Llegué a una conclusión, - empezó diciendo,  al sentarse al borde de la cama frente a él. – Me quedaré aquí contigo para siempre.

Adam frunció el ceño y la estudió por un momento.  Tenía demasiadas cosas para contarle, pero el modo en que ella lo miraba lo detuvo.  Sus ojos tenían un brillo diferente, había algo en ellos que no había estado allí los pasados días.

-         ¿ Qué sucedió? – La pregunta brotó de sus labios como si hubiese pensado en voz alta. – Quiero decir, creí que viajarías a Monterrey.  Dijiste que necesitabas descubrir si eras parte de esa vida. – Connie caminó hacia la ventana alejándose de él, eludiendo momentáneamente su mirada. - ¿ Qué te hizo cambiar de opinión?

-         Estoy segura que mi lugar esta aquí contigo, - respondió con tono encantador y giró hacia él.

-         Es tanto lo que me ocultas que no estoy seguro que seas la misma, - dijo mirándola inquisidoramente.

-         Pero soy la misma, - respondió suavemente aceptando sus dudas y sus miedos.  Si bien debía decirle del bebé que esperaban, comprendía que en primer lugar, debía erradicar los fantasmas de su pasado que permanecían entre ellos. Se recostó contra el escritorio de Adam y lo miró. – Deja que te cuente lo que no fui capaz de hacer antes.

-         Sobre Rafael, - se apuró a decir Adam luego de decidir que escucharía sus palabras antes de contarle todo lo que Coffee había descubierto. – Parece que hay algo sobre él que no eres capaz de decir, - agregó sabiendo que la estaba presionando. 

-         Hay veces que creo que puedes leerme la mente, - farfulló  Connie y Adam percibió el filo de fastidio en su voz. – Y puedo asegurarte que es bastante frustrante saber que no tengo esa capacidad.

Adam la miró con seriedad preguntándose si Connie no estaba desviando la conversación.

-         Bueno, no puedo hacerlo, - respondió confundido. – Pero te muestras tan reacia a hablar de él, que me parece muy evidente que ocultas algo.

Connie volvió a asentir y lo miró con franqueza.

-         Creo que me enamoré de él Adam, - dijo con suavidad, pero el tono que uso le mostró a Adam cuan vergonzoso fue para ella decirlo. – Luego de vivir toda mi vida entre monjas y estado completamente segura que había elegido la vida que deseaba, fue muy tormentoso descubrir mis verdaderos sentimientos hacia un hombre. – Hizo una pausa y tomó un profundo respiro, el cual la ayudó a enderezarse. - No sé como sucedió Adam, - dijo y caminó alrededor del cuarto. – Simplemente no pude resistirlo. Quería estar a su lado.  Era un hombre increíble; estaba tan lleno de vida y entusiasmo. – Hizo una nueva pausa y tragó intentando que el nudo que se formaba en su garganta desapareciera. – Estabamos a medio camino cuando me confesó que no pensaba ir a la Misión San Carlos y que planeaba establecerse en algún lugar de California. – Una triste sonrisa brotó en sus labios al perderse en sus recuerdos. – Quería levantar un orfanato en algún lugar donde las Misiones Jesuitas no llegaran con su asistencia y quise ser parte de su proyecto. Si bien Rafael sólo demostró pura amistad y compañerismo hacia mí, había una especie de unión entre nosotros. Pero nunca me atreví a mostrarle lo que sentía. Él nunca lo supo. – Le sonrió a Adam sintiéndose mucho mejor al compartir esos recuerdos con él. – Eso es todo lo que no pude contarte antes, Adam.

Adam se pasó una mano por el rostro. Esto va a ser más difícil de lo que creí, pensó Adam.  La miró con intensidad, sabiendo que no tenía sentido postergar lo que tenía que contarle.  Adam era muy consciente que con sus palabras haría añicos la imagen del hombre que una vez ella había amado y no se enorgullecía de tener que hacerlo.  Pero más allá del dolor que lastimarla le producía, Adam sabía que ella merecía saber la verdad.

-         Connie, hay algo que debes saber, - dijo.

Connie se puso seria.  Había algo en la voz de Adam que le decía que estaba a punto de decir algo importante y que no le gustaría.  Se reclinó adoptando una posición defensiva mientras Adam comenzaba a contarle que el Sheriff Coffee había pasado por el rancho y que él había tenido la ocasión de darle su declaración.  Connie sintió un escalofrío recorrer su espalda al intuir que Adam hablaría de Wheeler y la emboscada.

-         ¿ Porqué tienes que seguir hablando de eso? – lo interrumpió ella mostrándole lo mucho que la perturbaba el tema. – Ya hemos hablado de eso. ¿ Porqué insistes?

-         Hay muchos detalles que descubrió Coffee y varias cosas que me contó Wheeler que tal vez desconozcas, - respondió Adam con firmeza.  El rostro de Connie se cubrió de confusión.  Adam repitió lo que le había confesado Wheeler y notó la sorpresa reflejada en el rostro de Connie, comprendiendo de ese modo que ella nada sabía de la joya. – Tenía un socio entre los curas.

-         ¿ Un socio? – preguntó confundida.

-         Si. Por otra parte, Roy recibió varios telegramas de las autoridades de la Misión San Carlos, - siguió diciendo. – No tenían noción de la existencia de un sacerdote de esa congregación llamado Rafael Montella.  Nunca escucharon hablar de él y tampoco sabían que tú viajabas con los Padres Francisco y Fernando.

-         ¿ Qué se supone que significa eso? – lo atropelló Connie fuera de sí.

-         Coffee piensa.…, que tal vez… ese hombre Carlos era el socio de Wheeler. – Adam hizo una pausa permitiéndole asimilar sus palabras. – Y bueno… creemos que ese hombre… era Rafael Montella. – Observó su rostro y advirtió cómo la confusión se convertía en fría ira.

Connie se enderezó y lo miró con odio.

-         No te atrevas a decirlo, - le gritó fríamente y sus ojos brillaron de indignación. – Era un hombre agradable y atento. Comprendía las necesidades de la gente y sólo deseaba ayudar. No merece que tú lo juzgues. – Adam la miró con asombro.  El brillo de sus ojos claramente mostraba cuán profundo la acusación la había afectado y no permitiría que destruyeran la imagen que ella tenía de Rafael. – No era un ladrón. Estoy completamente segura de ello. – Las lágrimas comenzaron a reunirse en sus ojos. – Por otra parte, no era su voz la que escuché discutir con Wheeler.

-         ¿ Sabes con quien hablaba Wheeler? – preguntó Adam intentando imaginar porque no lo había mencionado antes.

-         No creo haber pensado en eso antes, - dijo y clavó la mirada en el suelo. – Pero tiene que haber sido Marcus, - dijo pensativamente. – Él no estaba en el campamento cuando nos atacaron.  Recién lo vi cuando me quitó a Wheeler de encima.

Connie se hundió en un silencio extraño y profundo como si nuevamente los efectos de aquella noche volvieran a ella.  Adam la estudió detenidamente advirtiendo lo atormentada que estaba.  La tomó del mentón y elevó su rostro hasta que sus ojos se encontraron.  Connie le sonrió tristemente y secó las lágrimas que corrían por su rostro.

-         ¿ Porqué no me dices qué sucedió esa noche?

Al escuchar la sugerencia de Adam, Connie se puso más tensa que antes. Sus ojos se volvieron distantes.  Respiró hondo presionando sus labios con fuerza y su pecho se elevó lleno de rabia y tristeza. Una vez más un incontenible deseo de llorar la envolvió, pero estoicamente, con toda la fuerza que tenía en su interior, se esforzó por no hacerlo frente a Adam.

-         Te dije todo Adam, - murmuró tajantemente. Se dirigió hacia la ventana dándole la espalda. – No entiendo porque tienes que hacer tantas preguntas, - siguió diciendo con sequedad. - ¿ Porqué piensas que tienes que saberlo todo?

-         No es eso, - respondió Adam mientras se ponía de pie.  Delicadamente la rodeó con sus brazos atrayéndola contra su cuerpo. Adam sintió la tensión de su cuerpo, pero no se dio por vencido. – Hablar te va a ayudar.

Connie se separó de él. Cruzó sus brazos con cerrada determinación y desafiantemente estudió el semblante de Adam, preguntándose a dónde los conducía la conversación.

-         Sé perfectamente bien lo que sucedió esa noche Adam, - dijo y su voz reflejó su fuerte determinación de no haber necesidad de seguir hablando de esa terrible experiencia. – Tu también lo sabes, y no me va a hacer sentir ni mejor, ni más aliviada compartirlo contigo. – Hizo una pausa y examinó el serio rostro de Adam mientras elegía sus próxima palabras. – Están todos muertos. No cambia nada descubrir si el socio de Wheeler era Marcus o Rafael. Déjalos en paz.  Coffee tiene las respuestas que necesitaba para su investigación y tu… - Su voz se quebró  y por un segundo creyó que el nudo de su garganta la estrangularía. – Tu… tu también lo sabes Adam. Estoy segura que Wheeler te lo contó y eran esos los hechos que te negabas a creer.

Adam la tomó por los hombros y la atrajo nuevamente contra su cuerpo. Necesitaba tenerla cerca y lidiar con la certeza de que aquello que por días lo había carcomido era cierto.  Wheeler le había mencionado, entre risas cargadas de ira y maldad que la había violado antes que O´Brien apareciera.

-         Lo siento,  - murmuró en su oído y la apretó con fuerza contra su cuerpo. Delicadamente presionó sus labios contra su frente. – Creí que hablando del asunto te sentirías mucho mejor.

-         Lo sé, - dijo ella suavemente sabiendo que era importante para él saber que ella comprendía porque lo había hecho. Se aferró a Adam y dejó que su cabeza descasara sobre su pecho. – Es momento de enterrar mi pasado Adam. Empecemos juntos otra vez y dejemos el pasado detrás.  Tengo que olvidar todo.

-         No creo que eso te ayude, - dijo Adam pensativamente. – Varios meses atrás tres personas me hicieron comprender que es importante enfrentar el pasado y aceptarlo tal como es.  No puede negarse, ni pretender que no existió.

-         Hablas de la reunión que mantuvieron en el establo. – Adam se puso tenso intuyendo que la conversación había girado hacia su dirección. Asintió avergonzado. – Sabía que habías cambiado después de eso.

Adam asintió nuevamente recordando la primera vez que se besaron.

-         Nos guste o no es parte de nuestra vida, - dijo acariciando el rostro de Connie, sabiendo que debía decir algo más. – Una vez que lo enfrenté y lo acepté, fui capaz de amarte libremente.

-         ¿ Quieres contarme? – preguntó con ojos brillantes.

Connie le acarició el rostro obligándolo a mirarla. Adam vaciló al sentir un cosquilleo en su espalda, y se sumergió en las profundidades de esos ojos verdes y dejó que una sonrisa brotara en sus labios. Deseaba compartir todo con ella y eso también incluía sus miedos y debilidades. Lentamente comenzó a contarle y se encontró hablando de aspectos de su vida que sólo su familia conocía.  Ni siquiera Karen sabía de mis sentimientos al respecto, pensó sintiéndose culpable por su esposa.  Pero era fácil abrir su alma a Connie.  Ella lo observaba con expresión triste y mirada llena de amor, sintiendo que todo cuanto Adam decía significaba mucho para él. Lo abrazó de manera cariñosa y protectora y permanecieron por largo ratos envueltos en el cómodo silencio.

-         Sabes Connie, - dijo Adam rompiendo el silencio. Ella elevó la vista hacia él. – Existe una sola cosa que le agradeceré al Señor toda mi vida, - comentó y sonrió pícaramente.

-         ¿ Qué cosa?

-         Que te haya guiado a La Ponderosa, - respondió con una sonrisa mientras recorría su rostro con uno de sus dedos. – Te amo, - murmuró y la besó con locura.

-         Quiero que nos casemos cuanto antes, - dijo Connie entre besos.

Emocionado Adam la miró. No había nada en mundo que desease más que casarse con ella. Acarició su rostro nuevamente y apasionadamente volvió a besarla.

-         Todavía no me has dicho qué te hizo cambiar de idea, - dijo Adam con tono burlón, mientras sus labios recorrían su cuello.

-         No fue una cuestión de cambiar de idea, - respondió ella y los ojos destellaron de alegría. – De pronto todo pareció demasiado claro en mi mente y no quise perder un segundo más. Quiero casarme contigo cuanto antes.

-         Pero ¿ qué sucederá con la casa? – preguntó divertido. – No puedo trabajar todavía y no podré hacerlo por varias semanas.

Connie se encogió de hombros y frunció su boca, sintiéndose estúpida por no ser capaz de darle a Adam la noticia.  Connie retrocedió y tomando a Adam de la mano lo condujo hacia la silla.

-         ¿ Qué sucede? – preguntó él mientras se sentaba siguiendo la indicación de Connie.

-         Hay algo que debes saber, - dijo con amplia sonrisa y ojos llenos de emoción. Adam se puso serio y la miró expectante. – ¿Estas listo para recibir la mayor sorpresa que soy capaz de darte? – preguntó con picardía mientras de sus chispeantes ojos saltaba la emoción que sentía. Adam sonrió y asintió. – Estoy embarazada, - murmuró suavemente.

Las palabras salieron de su boca y abofetearon a Adam tan brutalmente que enmudeció. Estaba shockeado y la miraba intentando asimilar lo que acababa de escuchar. Connie sonrió y divertida observó los cambios que en el rostro de Adam se producían.  La sonrisa se borró, mientras su mandíbula caía graciosamente y la boca permaneció abierta por varios segundos. Todo su semblante era una máscara de estupefacción. Ella significaba la vida para él y Adam tuvo la plena seguridad que nunca se había sentido como en ese momento.

-         ¿ Estas embarazada? – preguntó conmocionado al no poder creer lo que había escuchado. Connie le sonrió y lo besó con ternura. - ¿ Vamos a tener un bebé? – Connie asintió con felicidad y rió mientras observaba la maravillosa sonrisa que crecía en su interior. Se acercó a él y lo abrazó. – Te puedo asegurar que no vamos a espera que la casa esté lista, eso es seguro, - dijo con alegría rodeándola con sus brazos y atrayéndola hacia él. Volvió a besarla. – Tenemos que decirles a todos. Papá va a estar encantado.

-         Espera, Adam, espera, - dijo ella con cierta incomodidad. – Preferiría esperar a que nos casemos.

-         Esta bien, pero no sé como vamos a disimular esto, - dijo con picardía mientras acariciaba el vientre de Connie.

-         Ese es el motivo por el cual quiero casarme lo antes posible, - dijo ella con ojos llenos de amor mientras se sentaba sobre las piernas de Adam y rodeaba su cuello con sus brazos. - ¿ Todavía quiere ser mi esposo Sr. Cartwright?, porque me perece que está poniendo muchos peros en el asunto.

Adam rió y la acomodó sobre sus piernas.

-         ¿ A ti qué te parece mi querida Connie? – preguntó él presionándola contra su cuerpo. La besó larga y apasionadamente,  liberando todos los sentimientos que había reprimido durante la última semana.

 

ONCE

Connie se hallaba parada junto a la ventana.  Debía comenzar a vestirse para la boda pero antes deseaba darle un último vistazo al jardín y asegurarse que todo estuviera listo.  Vio a Joe y a Hoss colocando pequeños ramos de sus flores favoritas en los respaldos de las sillas que bordeaban el pasillo que conducía al improvisado altar.  Matt se hallaba con ellos, cargando una canasta llena de flores.  Connie suspiró y la mirada se le tornó borrosa por las lágrimas que humedecían sus ojos.  Parece que cualquier cosa me hace llorar  en estos días, pensó y se alejó de la ventana. 

Se quitó la bata que tenía puesta y contempló su imagen en el espejo.  Sonrió con emoción al notar los cambios que su cuerpo comenzaba a manifestar.  Delicadamente acarició su vientre con aire soñador y tragó tratando de hacer desaparecer el nudo que la emoción generaba en su garganta.  Se sentía tan embargada por la felicidad que muchas veces temía que todo se desvaneciera en el aire.  Pero en lo profundo de su ser, Connie sabía que nada sucedería y que en un par de horas se convertiría en la señora de Adam Cartwright.  Con complicidad guiñó un ojo a su propia imagen sin dejar de acariciar su vientre.  Sobre su hombro miró hacia su cama donde su vestido de novia se hallaba prolijamente ubicado.  Finalmente llegó el día, pensó y se sentó al borde de la cama sin quitar los ojos del vestido.  Acarició el fino encaje y la suave seda con anhelo.

Un golpe en la puerta quebró sus pensamientos.  Se colocó la bata que había dejado sobre la silla preguntándose si Adam la visitaría antes de la boda.

-         Adelante, - dijo finalmente y se secó los rastros de lágrimas que perduraban en sus ojos.

Matt apareció tras la puerta llevando un pequeño ramo de flores en su mano.  Connie le sonrió y fue hacia él.

-         El tío Joe me esta esperando para ayudarme a vestir para la boda, - empezó diciendo con voz vacilante.  Connie frunció el ceño al advertir lo perturbado y molesto que se veía.  – Pero quise traerte esto antes.  Papi dice que vas a estar muy ocupada después.

-         Gracias mi amor, son hermosas, - dijo Connie arrodillándose frente a él. - ¿ Cuál es el problema Matt? Nunca tuvimos secretos tu y yo.

Matt frunció el rostro y lentamente una ceja comenzó a elevarse. Al notar un típico gesto de Adam en el rostro de su pequeño hijo, Connie contrajo sus labios con fuerza, procurando ocultar la risa.

-         ¿No quieres contarme? – insistió, alzándolo.  Se sentó en el borde de la cama y ubicó a Matt sobre sus piernas. - ¿ Estas enojado por la boda?

Matt sacudió su cabeza negativamente y la miró extrañado como si Connie hubiese hecho una pregunta ridícula.

-         Luego que te cases con Papi, ¿ voy a tener que llamarte mamá?  - preguntó con algo de vergüenza. 

Connie tuvo la sensación que Matt no deseaba llamarla de ese modo y ocultó la desilusión sólo para no contrariar más al niño.

-         Si no deseas llamarme así, nadie te va a obligar, - respondió y lo abrazó. – Me puedes llamar por mi nombre si lo deseas.

Otra vez Matt sacudió su cabeza y Connie lo miró con incomprensión.

-         Todos te llaman Connie, - balbuceó todavía perturbado. – Pero a mí me gustaría llamarte Molly.  Ni siquiera Papi te llama así. – Matt hizo una pausa y la miró.  Sonrió con picardía y sus oscuros ojos pardos destellaron con satisfacción. – Y si tengo un hermano, tampoco te llamará así. Serás Molly solo para mí.

Connie rió con emoción.  Por un breve momento se había aterrado pensando que Matt había cambiado de idea respecto a ella, pero al comprender cuál era el propósito de la pregunta, la envolvió la emoción.

-         Oh. Matt, claro que puedes llamarme Molly. Me encanta, - respondió y lo apretó contra su cuerpo. – Te quiero tanto mi amor.  

-         También te quiero, - dijo Matt y estiró su cuello para besar su mejilla.

Alguien golpeó la puerta captando la atención de ambos.   Connie indicó que pasara sin separarse de Matt. Esta vez fue Ben quien apareció tras la puerta.   Se veía radiante y la felicidad brotaba de cada uno de los poros de su piel. A través de los años, Connie había descubierto cuan profundamente Ben anhelaba ver a sus hijos casados y felices con sus propias familias y uno de sus sueños dorados se convertiría en realidad en un par de horas.

-            Veo que estabas escondido aquí, - le dijo a su nieto con tono burlón.  Matt asintió y se acurrucó contra Connie sonriéndole a Ben aniñadamente. – Vamos mi amor, Connie debe comenzar a prepararse y tu también.  – Ben alzó a su nieto y lo besó cariñosamente en la mejilla.  Sosteniendo a Matt en sus brazos, se dirigió a Connie. – Llegó una carta para ti, querida, - dijo entregándosela.

-         Gracias Ben, - respondió ella estudiando el sobre.

-         Vamos jovencito, debemos dejar a la novia en paz, tiene mucho que hacer, - dijo Ben mirando a Matt.  El niño sonrió y asintió feliz. – Dale un beso.

-         Hasta luego Molly, - dijo Matt después de darle un beso.

Una vez que estuvo a solas, Connie se ubicó en la silla junto a la ventana y abrió el sobre.  Lentamente extendió el delicado papel amarillo preguntándose quién podría haberle enviado la carta.  Los ojos se llenaron de lágrimas al reconocer la prolija y clara letra.  Madre, gritó su mente al tiempo que sus ojos recorrían la carta.

Mi querida Connie,

Mi corazón salta de alegría sabiendo que estas bien.  Desde el día que desapareciste que rezo por ti y tu bienestar y siempre supe que el Señor cuidaría de ti.

Ben Cartwright parece un muy buen hombre. Me escribió contándome sobre tu vida en La Ponderosa.  Es muy fácil darse cuenta cuanto te quiere.  También mencionó que te casarás con su primogénito. Oh, mi querida niña, me llenó de emoción saberlo.  Siempre supe que merecías tener una familia.  Estas tan llena de vida, tan llena de amor y tan ansiosa por descubrir nuevos horizontes.  Siempre me dijiste que creías que tu  destino estaba en el Oeste y no te equivocaste. 

El señor Cartwright muy amablemente me ha invitado a la Ponderosa para la boda, pero desafortunadamente no puedo dejar el orfanato en estos momentos, pues tenemos la mitad de los niños enfermos.  El Señor sabe que hubiese dado cualquier cosa por estar a tu lado en un momento tan importante, pero sé que comprenderás que me resulta imposible hacerlo.  Pero mi espíritu estará a tu lado y tú lo sabes. Recibe mi bendición  por tu unión con el señor Adam Cartwright. Estaré a tu lado tan pronto como me sea posible.

Que Dios te bendiga mi querida niña.

Por siempre tuya,

Madre Margaret.

Connie secó las lágrimas de su rostro y respiró hondo al ser envuelta por una emoción tan grande que pareció ahogarla. Se recostó contra el respaldo de la silla  recordándola.  Por supuesto, la Madre Margaret debía estar más vieja que el recuerdo que Connie tenía de ella, pero la limpia belleza de su rostro, no podría haber cambiado.  Connie recordaba con claridad sus brillantes ojos azules, tan llenos de vida y ternura; la dulzura de su voz, que era como música para sus oídos.  Dejó escapar un resoplido de risa al recordar que en el orfanato siempre se preguntó cuál sería el color de su cabello. Todavía me lo pregunto, se dijo con picardía y decidió que se sacaría esa duda cuando la Madre Margaret visitara la Ponderosa. Para Connie, la aprobación de la Madre Margaret era tan importante como la comprensión de Ben, y la carta había llegado a tiempo.

Alguien golpeó la puerta de su cuarto, pero Connie no respondió inmediatamente.  Dobló la carta y la ubicó dentro del sobre.  Se pudo de pie y la guardó en el primer cajón de su mesa de luz, donde tenía sus pertenencias más valiosas.

-         Pase, - dijo finalmente.  Una fina y elegante mujer abrió la puerta y le sonrió alegremente. – Buenos días señora Hawking.

-         Buenos días Connie, - dijo la señora y cerró la puerta del cuarto. – Es hora de comenzar, tenemos demasiadas cosas para hacer.  – La señora Hawking dejó dos cajas en el suelo junto a la cama y contempló maravillada el vestido de novia. – Vas a ser una hermosa novia.

 

EPILOGO

Adam Cartwright caminaba por el salón principal como un león enjaulado.  Ocasionalmente se sentaba en el sillón azul y dejaba caer su rostro entre sus manos esforzándose por controlarse.  Resopló intentando que la tensión saliera de su cuerpo, pero no funcionó.  Connie lo había despertado en medio de la noche informándole que el bebé estaba por nacer.  Desde ese momento, la familia en su totalidad se encontraba despierta. Adam caminó hacia la ventana tras el escritorio de su padre y echó un vistazo al exterior.

-         Esta amaneciendo, - comentó a su padre que bebía café con sus hermanos.  Cansadamente se sentó tras el escritorio de Ben. – Esta espera me está matando.

Ben sirvió una taza de café y poniéndose de pie se la alcanzó a Adam.

-         Hay veces en las que toma tiempo, - comentó al colocar la taza frente a Adam. Estaba a punto de decir algo sobre el nacimiento de su hijo mayor, pero prefirió no hacer  referencias al caso y escogió otro ejemplo. – Marie tuvo mucho trabajo para trae a Joe a este mundo.

Adam bebió un  poco de café y miró a su hermano menor que le sonreía con chispeantes ojos. Bufó divertido.

-         Lo sé, me acuerdo muy bien de esa noche, - comentó Adam.

-         Han elegido un nombre para el niño, Adam – preguntó Hoss acercándose a su padre  junto al escritorio.

-         ¿ Niño? – dijo Adam divertido. – Connie insiste en que es una niña.

Una vez más el silencio los envolvió, pero repentinamente fue quebrado por el angustioso llanto de un bebé.  Si bien Adam no sonreía, su rostro irradiaba luz y sus oscuros ojos destellaban alegría. Ben deslizó un brazo sobre los hombros de su hijo mayor y miró a Joe y a Hoss con emoción.  Escucharon pasos en el piso superior y segundos más tarde, la Madre Margaret apareció en la cima de la escalera.  En su sonriente y hermoso rostro, no se apreciaba el más leve rastro de no haber dormido y todo lo que podía apreciarse era la felicidad y la alegría que la embargaba. Adam se puso de pie pero no pudo moverse, esperando las palabras de la religiosa.

-         Felicitaciones Adam, - dijo encantada. – Ven a ver a tus hijas.

-         ¿ Hijas? – preguntó Joe azorado. – Quiso decir plural, Madre.

-         Si Joe, tienes dos hermosas sobrinas, - respondió la Madre con una sonrisa.  Movió sus ojos nuevamente hacia Adam. – Vamos muchacho. Tus tres mujeres quieren verte.

Adam estaba mudo y le tomó un par de segundos asimilar la noticia.  Sonrió y sin pensarlo dos veces corrió escaleras arriba, seguido un par de pasos detrás por el resto de la familia.

-         Hola gran Papá, - dijo Connie suavemente.

-         Hola mi amor, - dijo él y se acercó a ella. - ¿ Cómo te sientes?.

-         Muy feliz, - respondió.

A pesar de los restos de cansancio de su pálido rostro, se la veía radiante.  En sus brazos una de las bebas dormía apaciblemente. Adam acarició la mejilla de Connie y delicadamente la besó.  Luego clavó sus ojos en la pequeña criatura y suavemente le besó la cabeza. Elevó la vista y miró a la Madre Margaret quien se acercaba para entregarle a la otra niña en sus brazos.

-         Espero que no te moleste, pero ya he elegido los nombres, - dijo ella con una sonrisa mientras Adam tomaba a la niña en sus brazos. – Tienes a Elizabeth en tus brazos, - dijo con ternura y Adam la miró con emoción. – Y esta pequeña estrellita es Margaret.

-         Son hermosas, - dijo Adam con hipnótica voz y besó suavemente la cabeza de Elizabeth. – No podrías haber elegido mejores nombres.

Connie elevó la vista y contempló a la Madre Margaret que con ojos húmedos la miraba.  Detrás de ella, se encontraban Ben y a los muchachos parados bajo el umbral de la puerta. Con un leve movimiento de su cabeza, Connie les indicó que se acercaran.  Mientras Hoss y Joe se acercaron a ella, Ben se dirigió hacia Adam.

-         Son una belleza, Adam – balbuceó Ben emocionado. – Hola Liz, - dijo y le acarició el rostro con un dedo. Miró a su hijo. – Tienes una familia hermosa Adam.

Adam asintió con orgullo y recorrió la habitación con la vista. Connie le sonrió.  En ese momento, la Madre Margaret aparecía desde el corredor sosteniendo la mano de Matt. El niño observó la escena con ojos muy abiertos y corrió hacia su padre.

-         Son tan chiquititas, - dijo con entusiasmo. - ¿ Cuáles son sus nombres Papi?

-         Esta es Elizabeth, - le dijo Adam con ternura. – Y tu tío Joe tiene a Margaret.

-         Me gusta, - dijo Matt acercándose a su tío.

-         Porqué no vienes a mi lado y cargas a una de tus hermanas, - sugirió Connie.

-         ¿ Puedo Molly? – preguntó Matt con ansiedad. – Puedo cargarlas a las dos. Soy lo suficientemente grande.

Hoss alzó a Matt y lo ubicó junto a Connie.  Cuidadosamente, Adam colocó a Elizabeth en los brazos de su hermano.

-         Bienvenida Elizabeth, - murmuró al oído de su pequeña hermana.  – Le sonrió a su padre encantado y luego dirigió su mirada hacia la otra niña que dormía en brazos de Connie. – Bienvenida Margaret. Les va a gustar estar aquí.

Adam arrastró una silla y se ubicó junto a su familia, contemplándolos con deleite.

-         Bueno, hermano mayor lo hiciste, - dijo Joe, y si bien utilizó un tono burlón, Adam advirtió el orgullo en su voz. – Tienes dos hijas. La primera vez que sucede en la familia Cartwright.

Adam rió y Connie se unió a él.  Estiró su mano hacia Adam y él la tomó, mientras sus ojos se sumergían uno en los del otro. Ninguno notó cuando Ben, la Madre Margaret, Joe y Hoss, se marcharon, dejando a la familia compartir el maravilloso momento.

FIN.

María Laura Gambero.

Septiembre 2002.

 

 

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